La experiencia de la muerte está presente en el relato desde su inicio. Al fin y al cabo, no sólo es una cuestión filosófica sino un hecho: la muerte es una parte inseparable de la vida. Al igual que sucede con la respiración –cuyo ciclo incluye dos movimientos aparentemente opuestos-, la vida conlleva la creación y destrucción de todas las formas de vida, ya hablemos de los reinos mineral, vegetal o animal. Sin embargo, a pesar de su vínculo indivisible con la vida, la impotencia al no poder hallar respuesta en vida sobre qué nos sucede tras la muerte, origina la mayoría de nuestros miedos.
¿Cómo llenar ese vacío que nos genera no saber qué sucede tras la muerte? Las maneras son esencialmente dos: por fe en la creencia “hay vida tras la muerte”, o bien por alguna experiencia directa que hayamos vivido. En ambos casos, esa fe y esa certeza pueden ser compartidas con otras personas, pero por su carácter intransferible e íntimo no pueden brindar la misma fe y certeza plena que ofrece la experiencia directa.
Lamentablemente, ese temor se ha usado para adoctrinar a millones de personas y avivar en ellas una sensación de culpabilidad e insignificancia que dista mucho del amor, acercándose más al intento del hombre por dominar todo, incluido a su propia especie.
La mayoría de las veces las personas se sienten incómodas ante la idea de la muerte. Prefieren vivir sin más su vida, “anestesiando” ese vacío que genera no saber si somos mortales o no. La sociedad nos ofrece un abanico infinito de actividades de ocio, de sustancias o relaciones que nos ayudarán a no sentirnos solos (a evadir esa herida abierta en nuestro corazón, por así decir, que sólo se sanará cuando sea abrazada y tenida en cuenta; quizás entonces comparta contigo nuestro gran secreto).
En los inicios del libro, la madre de Riddhi le da un consejo que se convertirá en su regla de vida, si bien tendrá que reafirmarla (y reafirmarse) en el presente de cada nueva circunstancia donde la muerte se le haga presente.
– Madre, ¿tú tienes miedo a la muerte? -sintió cómo ella le abrazaba con más fuerza-. […] No sé si volveré a verte, y eso también me preocupa… Tengo miedo a morir.
Ella escuchaba atenta. Cuando Riddhi guardó silencio, le miró fijamente, con dulzura.
– Si temes a la muerte no vivirás nunca. […] Más que temer a la muerte tendrías que protegerte de la maldad de ciertas personas. Pido a Dios que no suceda, pero posiblemente tropieces con alguna de ellas en tu viaje. De ser así, te pido por lo más sagrado que tu luz no se empobrezca por ello. No temas, hijo; al contrario: confía en la vida. Da por hecho que siempre que actúes desde el corazón, contarás con sustento y guía.
Varias reflexiones en boca de otros personajes inciden en esta realidad: temer a la muerte es temer a vivir. Buscar seguridad en la vida es imposible, aunque vivamos como un pájaro en su jaula y su alpiste. Aun así, por mucho que huyamos de lo imprevisible en la vida, la muerte llegará con toda seguridad en el momento que haya de ser. La vida es imprevisible y hemos de aprender que esto es parte de su encanto. Lo único seguro que podemos afirmar es que no sabemos, pero esta ignorancia no debe impedirnos disfrutar y confiar.
Otro ejemplo lo da el personaje Namasté, cuando Riddhi es testigo de sus últimos instantes de vida.
“Namasté vivió el tránsito de su muerte con la serenidad de quien ha cumplido con su ciclo de vida. Sabía del temor con que muchas personas se acercaban al final de sus días; posiblemente, porque la inminencia de su muerte les confrontaba con el hecho de que no habían vivido suficientemente sus vidas y las oportunidades de hacerlo llegaban irremediablemente a su término… En su caso, sentía que había aprovechado la vida de la mejor manera posible: aceptándola plenamente, rindiéndose agradecido a ella.
La muerte le inspiraba el mayor de los respetos, pero no el que antecede al temor, sino aquel que valora la oportunidad de condensar en ella el sentido de toda nuestra existencia. Morir se convertía así en el broche final de nuestro viaje, y en su caso quería que fuera un Sí pleno a la vida”.
“[…] Todo en mi vida ha sido un proceso para aprender a vivir desde el corazón, incluyendo en este aprendizaje las limitaciones que me han impuesto mis propios miedos. En estos últimos años he ido observando con especial dedicación todas mis creencias y prejuicios, aceptándolo todo con la ligereza de quien observa algo que ni es suyo ni es real. Y ante esta vivencia que se aproxima estoy intentando actuar de igual modo: observando, siendo testigo del transcurrir de lo que está sucediendo, sintiéndolo con plenitud y apertura aunque, al mismo tiempo, con benévolo distanciamiento”.
Finalmente, es Riddhi quien tras el velatorio de Namasté comprende la verdad de la muerte.
Ahora ya lo sabía por propia experiencia: no había que esperar a morir para dejar ir todo lo que no fuera nuestro verdadero ser… La muerte que nos renace no es la del cuerpo, sino aquella que ilumina nuestros más oscuros miedos y deseos, desvelándonos en su abrazo lo que nunca hemos dejado de ser, siempre, incondicionalmente, más allá de todas nuestras dudas y certezas: “Amor”.
La experiencia de la muerte en nuestro cuerpo no es el fin de nuestro ser. Eso no puede ser creído ni debatido. Sólo se convierte en certeza por fe o por experiencia.

