Este documental desolador nos presenta una realidad que pocos queremos ver. Muestra sin más el negocio de la caza de los cinco grandes, sin entrar en farragosos posicionamientos ideológicos «animalistas», para que cada espectador extraiga sus propias conclusiones.
El documental se centra en la cría de rinocerontes en Sudáfrica, que alberga el 70% de los ejemplares existentes en todo el mundo, pero también visita granjas de leones y otras especies valiosas para el mercado de la caza, dominado especialmente por los aficionados tejanos que pagan auténticas fortunas por disfrutar de la caza de una de estos ejemplares. Ejemplares criados en cautividad y colocados en un entorno óptimo para satisfacer el deseo humano de aniquilar por el placer de aniquilar la vida «salvaje» y poderosa de un animal «libre».
Se visitan las ferias del sector -en Texas, la meca de este negocio-, así como a algunos de los grandes propietarios de estas inmensas fincas. La mayoría opina que sin caza, todos los animales «salvajes» que crían -por negocio y por ayudar a que no se erradiquen como especies del planeta (posiblemente en ese orden de prioridades)-, tendrían que matarlos porque no podrían alimentarlos.
También se visita a los cazadores estadounidenses, tejanos en su mayoría, en los que la cultura de la armas está implantada en unos niveles que chocan con la mentalidad europea. Algunos de los entrevistados apelan a que la Biblia afirma que los animales están para satisfacernos y que podemos hacer lo que queramos con ellos; que para eso nacieron. Resulta curioso que se opine eso cuando, como reflejo de estos comportamientos y otros menos exóticos, la mayoría de los humanos ignoramos el porqué de nuestra existencia.
Hay dos escenas que marcan el documental. Una de ellas es cuando uno de los turistas cazadores dispara a un elefante de mediana edad. Sin música, en silencio: el animal sufre en el suelo y se escuchan sus desgarradores gemidos. Los cazadores observan con curiosidad y a cierta distancia su rostro agonizante. Uno de los turistas se acerca de nuevo y dispara al elefante moribundo en medio del pecho. No muere y, en un silencio que realza la escena, sólo se escucha la respiración cada vez más entrecortada del desdichado animal. Cuando fallece, el disfrute el cazador se ve enturbiado porque según los cánones del gremio, el tamaño del ejemplar abatido no es merecedor de ser considerado uno de los grandes. Desilusionado, lo dejan agonizando mientras varios habitantes de la zona se acercan y comienzan a descuartizarlo, para que esta absurda muerte sirva al menos de alimento al poblado.
Un documental duro, a pesar de que no ofrece imágenes morbosas ni primeros planos. Basta mostrar la locura humana razonada en argumentos comerciales y morales, y unas escenas que, denigrando a estas maravillosas especies, nos denigran un poco a todos como humanos.