Existe la posibilidad de que realmente no seamos un cuerpo ni estemos acotados por sus límites.
Es posible entonces que realmente exista la eternidad, que no muramos nunca al ciento por ciento; que eso que pervive eternamente y que es parte de nosotros -quizás, nuestra auténtica esencia- se recree en todo lo manifestado, y que en el fondo todos interactuemos con todos en un plan definido previamente sin haber quedado restos en nuestra conciencia. Sólo así, con este olvido deliberado, el juego de la Vida /de Dios/de Eso, pudo tomar valor de realidad y condición de existencia.
Quizás por eso, en ese nuevo renacer global que según parece está muy próximo, no descubramos algo «nuevo» sino el origen de la vida en sí, de todo lo que nos rodea, de todos los objetos, de todas las formas, de todas las especies.
Quizás sólo sea el renacer a la percepción de la Realidad, la que señala la máxima: «YO SOY EL DIOS DE MI MUNDO PERSONAL».
Quizás este cambio tan concretado en este año que vivimos, no sea un llamado a hallar algo nuevo sino a una apertura de mente que nos permita des-velar, des-cubrir lo que siempre ha sido nuestra identidad.
Una identidad cuya esencia y naturaleza es sólo Una: sin dualidad, sin división, Auténtica, Pura, Plena.