Cierta mañana acudió entre los visitantes un profesor de filosofía, procedente del norte de la India. Ya había visitado a Maharaj varias veces. Aquella mañana lo acompañaba un amigo suyo, que era un artista de cierta categoría, pero que al parecer no tenía ningún interés especial por los temas de lo que habla Maharaj.
El profesor abrió el debate. Dijo que le había impresionado tanto lo que le había dicho Maharaj en su última visita, que cada vez que pensaba en ello sentía como si lo recorriese el cuerpo una oleada de vibraciones. Maharaj le había dicho que el único “camino” para volver atrás era aquel mismo camino por el que había llegado, y que no había ningún otro. El profesor dijo que aquella frase le había tocado una fibra muy honda, sin dejar lugar a las dudas ni a las preguntas. Pero, más tarde, cuando se había puesto a pensar profundamente en la cuestión, sobre todo en el “cómo”, se había encontrado enredado irremediablemente en una maraña endiablada de ideas y de conceptos. Dijo que se sentía como un hombre que hubiera recibido el regalo de un diamante precioso pero que lo hubiera perdido después. ¿Qué debía hacer ahora?
Maharaj empezó a hablar en voz baja. Dijo:
-Te ruego que lo entiendas: ninguna verdad sigue siendo verdad en el momento en que se le da expresión. ¡Se convierte en un concepto! Añade a esto el hecho de que, para comunicarnos mutuamente, es preciso utilizar necesariamente las palabras “yo” y “tú”, y “nosotros”, y “ellos”. Así pues, basta un único pensamiento para romper la unidad y producir dualidad; de hecho, la comunicación sólo puede tener lugar en la dualidad. Las palabras expanden aún más la dicotomía. Pero eso no es todo… Después, el oyente, en vez de percibir de manera directa e intuitiva lo que se está comunicando, comienza el proceso de razonamiento relativo, con sus limitaciones implícitas cuando se aplica a lo subjetivo y a lo nouménico.
“¿Me sigues hasta aquí? -preguntó Maharaj; y después prosiguió-. ¿Qué es el conocimiento relativo? Es el proceso de razonamiento por el cual un sujeto crea en su consciencia objetos con cualidades opuestas o con características que se pueden comparar. En otras palabras, el proceso no puede funcionar si no es sobre la base de una dualidad sujeto-objeto. Este razonamiento relativo puede ser efectivo, e incluso necesario, para describir objetos por medio de la comparación. Pero, ¿cómo puede funcionar en el caso de lo subjetivo? ¡Es evidente que aquello que concibe (el sujeto) no puede concebirse a sí mismo como un objeto! ¡El ojo puede verlo todo, menos a sí mismo!
“¿Es de extrañar, entonces –continuó Maharaj-, que te hayas encontrado atascado en el cenagal de las ideas y de los conceptos, del que te resulta imposible liberarte? ¡Si tan sólo pudieras ver la situación real, verías qué gracioso resulta esto!
“Estos son los antecedentes. Vamos ahora al problema verdadero: ¿Quién es este “tú” que intenta volver atrás por donde vino? Por mucho que vuelas atrás persiguiendo tu propia sombra, la sombra irá siempre por delante de ti. ¿Qué significa volver atrás? Significa volver atrás hasta la situación donde había ausencia total de consciencia. Pero –y he aquí lo crucial de la cuestión- mientras haya un negador que no deja de negar y de negar (de perseguir la sombra), “tú” permanecerás “innegado”. Intenta apercibir lo que te digo, no con tu intelecto, no como “tú”, sirviéndote de tu intelecto, sino sólo apercibiendo sin más… Me pregunto si me he explicado con claridad –dijo Maharaj.
Entonces miré por casualidad al artista amigo del profesor, y me llamó la atención la intensidad de su concentración. En vez de estar aburrido o sólo levemente interesado, escuchaba cada palabra de Maharaj como hipnotizado. Maharaj también debió de notarlo, pues le sonrió, y el artista, sin decir palabra, unión las manos en actitud de saludo e inclinó la cabeza varias veces en gesto de comunión silenciosa.
Parecía sin embargo que el profesor, por su parte, había llegado a una obstrucción mental, a un bloqueo insalvable, y así lo dijo. Entonces Maharaj le dijo que ese “bloqueo” era una obstrucción imaginaria provocada por un “tú” imaginario que se había identificado con el cuerpo. Dijo:
-Te lo repito, ¡debe haber una negación definitiva y total para que desaparezca el negador mismo! Lo que intentas es comprender lo que eres por medio de un concepto de “existencia”, mientras que en realidad “yo” (tú), ni soy, ni no soy. “Yo” estoy más allá del concepto mismo de la existencia, más allá del concepto de la presencia positiva y de la negativa. Mientras esto no se comprenda muy a fondo seguirás creando tus propias obstrucciones imaginarias, cada una más poderosa que la anterior. Lo que estás intentando encontrar es lo que ya eres”.
El profesor preguntó entonces:
-¿Significa esto, entonces, que nadie puede conducirme de nuevo a lo que Yo soy?
Maharaj confirmó que así era, en efecto.
-Tú estás, tú siempre has estado allí donde quieres que te lleven. En realidad, la verdad es que no hay un “donde” al que te puedan llevar. Tener conciencia de esta posición evidente es la repuesta: basta sólo la apercepción; no hay que hacer nada. Y la trágica ironía es que esta conciencia y esta apercepción no pueden ser un acto de volición. Tu estado de vigilia ¿se produce por sí solo, o acaso te despiertas a ti mismo por un acto de la volición? De hecho, el más mínimo esfuerzo por “tu” parte impediría que se produjera lo que quizás hubiera podido pasar de manera natural y espontánea de otro modo. ¡Y la broma dentro de la broma es que el hecho de que tú, deliberadamente, no hicieras nada, también impediría que se produjera!
“En realidad, es sencillo: “hacer” algo y “no hacer” algo son actos volitivos, tanto lo uno como lo otro. Debe haber una ausencia total de “hacedor”, una ausencia total de los aspectos tanto positivos como negativos del “hacer”. De hecho, ésta es la única “rendición”.
Cuando al final de la sesión se marchaban el profesor y su amigo el artista, Maharaj sonrió al artista y le preguntó si volvería. El artista le presentó sus respetos con gran humildad, le sonrió y dijo que no podría evitar volver de ninguna manera; y yo me pregunté a quién había beneficiado verdaderamente la charla de aquella mañana, si al profesor activo y locuaz, con su intelectualidad aprendida, o al artista pasivo y receptivo, con su intuición sensible”.
Ramesh Balsekar
