Hace unos días le preguntaba a un psiquiatra si existía algún medicamento que ayudara a desahogarse mediante el llanto a una persona que se encontrara bloqueada. Me comentó que éste es un punto muy interesante, ya que normalmente lo que se intenta en su profesión es bloquear emocionalmente al individuo para evitar que siga sintiendo con tanta intensidad el sufrimiento que le hace asistir a su consulta.
Independientemente de que no exista a día de hoy una pastilla que facilite el llanto, en la labor del psiquiatra respecto a sus pacientes suele primar el administrar química que mitigue en lo posible los picos de sufrimiento o de hipersensibilidad. Por supuesto, la labor psiquiátrica es mucho más rica y extensa, pero se refería en concreto a cómo en casos de depresión, por ejemplo, suele ser el propio paciente quien reclama medicinas que le ayuden a no sentir con tanta intensidad el sufrimiento que le genera el miedo o la tristeza.
Pero si la persona no encara la fuente que genera su sufrimiento, ¿podrá algún día liberarse de su estado? Obviamente dependerá de cada persona y de la intensidad y profundidad de su padecimiento. En cualquier caso, lo apropiado sería ir poco a poco ahondando en ese sufrimiento; poco a poco abrazándolo; poco a poco dando acogida a nuestro propio miedo, permitiéndole que “emerja” en todas sus variantes: odio, ira, tristeza, vacío, ansiedad, etc.
Algunas personas son más llamadas a optar por la medicación mientras otras prefirieren apoyarse en técnicas de respiración, yoga, meditación, terapia grupal, etc. La vía es secundaria porque será acorde a la personalidad de cada individuo, pero lo primario es que la persona consiga aceptar enfrentarse a su sufrimiento; a permitírselo al menos. No como un enemigo sino como un camino de interiorización que le ahondará en su recorrido hasta llegar a la raíz misma de su sufrimiento. Bien es cierto, me comentaba el psiquiatra, que la persona no sólo es afectada por su propio sufrir sino por el profundo condicionamiento que le impone la sociedad donde nace y que conforma en gran medida su personalidad.
Nuestra sociedad nos niega el derecho a experimentar el sufrimiento como rasgo de nuestra condición humana, por cuanto forma parte intrínseca de la experiencia de la vida. Por el contrario, para aliviar esa represión –que es en sí un acto de violencia de la sociedad hacia el individuo-, ésta nos brinda un sin fin de distracciones que nos ayuden a ignorar conscientemente nuestros miedos. Por eso –me seguía comentando-, en los países pobres los psiquiatras tratan sólo a los “locos”, mientras que en los países occidentales han de adaptarse a esta enfermedad teñida de normalidad que suele expresarse en hiperactividad o desmotivación, o falta de ilusión por la cordura de sentir que el mundo que llevamos, la vida cotidiana en su conjunto, es un sinsentido y una locura.
En estos nuevos paradigmas que están hallando su tiempo, se habla de lo idóneo que resulta permitirnos ahondar en nuestro sufrimiento, por cuanto si logramos permitir que éste aflore libre a nuestra consciencia, es más que probable que en esa liberación hallemos tras ese capa de miedo, soledad o sufrimiento, la presencia de nuestra esencia, que es amor… El mismo amor que se plasma en la dinámica de nuestro organismo corporal, donde una inteligencia que ignoramos y nos supera, coopera por la salud del ser corporal que nos representa, como reflejo de la sabiduría de la naturaleza que se plasma en el equilibrio vivo de nuestro Planeta y el Universo.
Vivir plenamente la experiencia de la vida, sería mantener sin juicios ni expectativas una actitud de vulnerabilidad, de aceptación, de apertura, de confianza ante lo que se nos ofrezca momento a momento en nuestro camino evolutivo. Sería en suma otorgar la Maestría de nuestra existencia a la aceptación sin juicios de lo que nos señale nuestra vida. No como un juego de palabras -ni menos aún como una sumisión resignada ante nuestra existencia- sino como una confianza pura, inocente y plena a la sabiduría que trata de enseñarnos los condicionantes de nuestra vida. Todos en su conjunto, como un todo, sin placeres ni sufrimientos, sin elección. La vida siendo nosotros, cual uno.
Se nos enseña en la escuela y en la sociedad a que hay que vivir buscando el placer y eludiendo el dolor. Y así, sin ser conscientes, abrimos la puerta al sufrimiento por cuanto pretendemos partir la unidad de la vida en dos. Un “yo” que es cuerpo y mente aislada de todos y de todo y del resto de la existencia. Un “yo” solo y perdido que divide su vida en lo bueno y en lo malo, sin darse cuenta de que su propia identidad fragmentada es una mentira autoinfringida.
Me comentaba el psiquiatra que también en su rama científica emergen nuevos paradigmas sobre la mente humana. Por primera vez en su experiencia, lejos de afirmar certezas se dejan en el aire grandes preguntas que aúnan la filosofía, el arte y la mística… ¿Pueden separarse la mente y el corazón de la identidad de un ser humano? ¿La identidad de un ser humano la limita su cuerpo, su mente o su corazón? ¿Puede la consciencia en el ser humano descubrir por sí misma fielmente su esencia inmortal? ¿Sería la inmortalidad la fuente de nuestra dicha?
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Yo tomo pastillas y aún así sigo sufriendo y muy bloqueada
Un gran amigo escribió para este blog este artículo y ha sido de utilidad para muchas personas.
https://elviajederiddhi.wordpress.com/2007/08/12/como-conseguir-la-paz-mental-y-emocional-por-cesar-enrique-de-morey-munoz/
Por lo demás, te aconsejaría lo que a mí me aconsejaron: acepta que estás tomando pastillas y que sigues sufriendo y muy bloqueada. Acepta tu estado. Permítelo. No busques guías salvadores ni te adaptes por norma a los demás. Una aceptación sin resignación ni resistencia. Sólo permítete vivir plenamente tu estado, ríndete a él. A tu nivel, en tu proceso, paso a paso. En tu intimidad. Unos segundos quizás.
Todo pasa.
Gracias por dejar tu huella 🙂