Que el covid ha venido para quedarse es una realidad global. Ha llegado con multitud de interrogantes, tanto de su naturaleza en sí como sobre la razón última de su presencia. Muchas voces se están alzando de manera individual, advirtiendo de la posibilidad nada desdeñable de que todo este fenómeno global de la pandemia haya sido y quiera continuar siendo una labor titánica de ingeniería social, de propaganda global hacia nuestro talón de aquiles colectivo: el miedo a enfermar y morir. Quién sabe.

La desinformación tampoco ayuda y en un tiempo como éste, en que la verdad de los hechos contrastados tiene el valor que convenga a nuestros temores e intereses, se pueden hallar todos los síes y los noes que confirman o niegan tanto la peligrosidad del virus o bacteria, como la campaña de control social que ha facilitado esta supuesta pandemia.

Al final, como sucede con los temas de interés de nuestra minoría creciente de locos aspirantes al despertar de consciencia, cada ser vive y se recrea en su propio universo, y en ese recrear nos vemos en mayor o menor grado involucrados por las energías e ideas que a todos los seres sintientes afectan. Se trata por tanto de observar y observarnos; y en lo íntimo de nuestro mundo, en intentar al menos permitirnos sentir y sentirnos sin prejuicios. Y lo más difícil quizás: continuar con la maestría de lo que significa en cada uno amarse incondicionalmente. Cada uno es dios de su universo interior. Trabajemos con fe, paciencia y persistencia en la labor de darnos cuenta de nuestra verdadera naturaleza y vivamos desde esa perspectiva.

La vida continuará más allá de esta época de zozobra. La idea es que, siendo lo que cada uno somos y haciendo lo que hemos venido a hacer -siendo tan solo-, ayudemos a que la Humanidad no involucione sino que continúe en su largo camino evolutivo hacia la maestría de los seres de luz que en esencia, ya Somos.