En la conferencia “Moralidad distorsionada”, impartida en la Universidad de Harvard, Noam Chomsky consideraba al hombre común como la mayor protección contra la guerra. Incidía además en la necesidad de un replanteamiento colectivo sobre la naturaleza hipócrita que todos los ciudadanos compartimos (entendiendo “hipócrita” como la persona que aplica a otros individuos criterios que rehusaría aplicarse a sí mismo): “si no fuéramos hipócritas asumiríamos que si algo es correcto para nosotros, es correcto para los otros, y que si está mal que ellos hagan algo, también lo estará si lo hacemos nosotros”.
No es patrimonio exclusivo de la llamada clase política esta preferencia por verdades sucedáneas en vez de asumir la verdad desnuda de los hechos, extendiéndose a todos los estratos de una sociedad que no sólo las alimenta en su comportamiento sino que llegado el momento las refrenda en los hechos… De todos es sabido que existe corrupción y favoritismo, pero se asume y aceptan como elementos indispensables o en todo caso inevitables de la vida en sociedad. También se valida por medio de verdades sucedáneas el hecho de que los poderosos y los menos débiles se aprovechen de las circunstancias adversas de los más débiles.
Aunque esta realidad de doble moral siempre ha estado presente, se ha convertido en gran medida en máxima generalizada a raíz de una deliberada sublimación de la individualidad y de una visión existencial centrada y materializada en el consumo de servicios y la adquisición de objetos. Consumimos marcas que definan nuestro estatus, pero al hacer esto –planteándolo desde el prisma de la realidad desnuda-, pagamos un alto precio por publicitarlas de forma gratuita; publicitamos marcas que definan en su rol nuestra personalidad… Frente a la riqueza real del que sabe apreciar el valor de los objetos, existe una inmensa mayoría que adquiere objetos caros para consolidar su identidad y su rol social.
Otra tendencia que señala una integración en la modernidad, es estar a la última respecto a los artilugios multimedia que nos brinda el desarrollo tecnológico; ésa es la visión de la verdad sucedánea. La verdad desnuda es que el desarrollo de la técnica sí ha acertado al mejorar de forma increíble nuestras condiciones de vida como suma de individuos y como sociedades, pero sin embargo ha dejado a un lado al ser humano como persona.
El ejemplo de esta realidad lo tenemos en la experiencia de Susan Maushart, quien durante medio año desconectó a su familia de todo aparato electrónico –ni tele, ni ipod, ni móviles, ni juegos de video-. Según sus palabras, en aquel entonces sus hijos, adolescentes, no usaban estos medios de comunicación sino que “vivían en ellos”. Su vida real se había convertido en una excusa para actualizar constantemente su perfil en las redes virtuales.
Cuando observamos a la naturaleza (incluyendo en ella a nuestro cuerpo) comprobamos que a pesar de existir una diversidad de formas y organismos, todos cooperan en un fin común que es perpetuar la vida, conformándose de manera natural un entramado armónico de relaciones de interdependencia. De igual modo, ya sea de una relación entre dos personas o de relaciones internacionales por un proyecto común, lo ideal –entendido “ideal” como acorde a la ley natural que nos muestra la existencia- sería respetar la identidad propia de cada país, de cada individuo, de cada ser, de cada especie, de cada organismo, de cada elemento.
Podemos mantener nuestra unicidad sin que esto signifique que nos alejemos o no nos sintamos partícipes ni integrados en los cambios que como colectivo nos afecten. Globalizar no tiene que implicar uniformarnos, como así se nos pretende creer como verdad sucedánea. Desde un punto de vista natural, es inviable una globalización que pretenda reducir a las diferentes naciones, pueblos y culturas, a una suma de individuos con un patrón ideológico uniformado y centrado esencialmente en el rol laboral, del ocio y el consumo.
Las dictaduras pueden ser sostenidas por la fuerza pero también por medio de la manipulación informativa y el miedo. Entre otros planteamientos, sería cuestión de plantearse hasta qué punto vivimos en un mundo libre y desarrollado, cuando apenas existe respeto por el valor de la biodiversidad. Respeto que no “sólo” se refiere a que las nuevas generaciones humanas puedan coexistir con las distintas especies que hoy en día pueblan el Planeta (muchas, en especial en la Amazonía, quizás sean portadoras de sustancias que ayudarían a paliar las enfermedades que afectan a la Humanidad).
También existe un empobrecimiento de nuestra biodiversidad como especie humana cuando se trata de aniquilar por la fuerza o el debilitamiento a sociedades, tribus, regímenes, grupos humanos o individuos que renuncien al estilo de vida de nuestra civilización o bien su presencia resulte molesta para los intereses del sistema del llamado “Primer mundo”.
Suele decirse que la historia siempre se repite, y es en gran medida verdad. Pero también lo es que nunca, en toda su historia, la Humanidad ha sido tan numerosa ni ha tenido tal capacidad de informarse y relacionarse de forma global, como ahora hace posible la herramienta de Internet. Por eso, retomando a esta historia humana que siempre se repite, es de esperar que se intente limitar o controlar las capacidades de la Red como vía de comunicación instantánea mundial.
Y por esta misma razón este tiempo que vivimos, caótico y catártico, también permite visionar la utopía de un mundo global más libre, más nivelado en derechos y obligaciones, más dignamente integrado a la realidad de un solo Mundo dador -Gaia/Tierra- del que formamos parte y del que dependemos por completo.
Globalizar, en cuanto unificar, parece ser el destino que ya ha hecho realidad el desarrollo de la técnica. Ahora resta que la humanidad en su conjunto consiga mantener sus múltiples idiosincrasias y el derecho real a la libertad de elección y pensamiento de cada uno de sus miembros en cualquier punto de la Tierra. Si no, estaríamos hablando desde la verdad desnuda de una globalización justificable desde lo político y económico, pero reducida en su biodiversidad y calidad de vida a una mera subsistencia.
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Publicado inicialmente en Fundación Civil