Hay muchas personas que se acercan al silencio de una forma condicionada. Creen, o han leído o suponen, que hay que entrar al silencio con una actitud reverencial, sagrada; que en cierto sentido, uno ha de abrir las puertas al silencio domeñando los caballos desbocados de nuestros pensamientos… Y bueno, normalmente esta clase de pretensiones no sólo causa una gran tensión mental, sino incluso una mayor agitación de la que se pretendía liberar.
El silencio del que hablamos es un equivalente a la luz solar: está siempre presente en nosotros aunque nos ocultemos en una sombra. Ya sea de día o de noche desde nuestra perspectiva planetaria, en los hechos, el Sol está emanando siempre la luz y la energía que permite la manifestación de la vida. El Silencio también.
Nisargadatta Maharaj solía decir: «El silencio tras una vida hablando y el silencio tras una vida de silencio, es el mismo silencio».
Con ello quería decir que el silencio es el substrato que permite la manifestación de la existencia. El silencio acoge a lo bello y lo grosero, a todas las oscilaciones vibracionales que son en sí los sonidos, los ruidos, las palabras, los mantras o los insultos más hirientes. Como una pátina translúcida, el silencio -o mejor dicho, la presencia consciente silenciosa en la que todos existimos-, observa con amorosa indiferencia todos los fenómenos que nos suceden: todas nuestras percepciones, pensamientos, sentimientos, emociones, reacciones, imaginaciones, etc.
Entonces, ¿cómo entrar en el silencio?
La solución a esta pregunta está en cada uno de nosotros y corresponde a cada uno hallarla. Si así quiere, resulta interesante darse cuenta de que ese silencio del que hablamos es el substrato siempre presente que nos hace darnos cuenta de que existimos: de que estamos ahora leyendo estas palabras, de que a la noche nos entregaremos gustosos al sueño, de que mañana a la mañana nos despertaremos y, en ese supuesto despertar, cargaremos de nuevo con nuestro intransferible y único universo interior.
Un enfoque paradójico pero que quizás nos resulte más práctico es acercarnos al silencio siendo consciente de que ya estamos en él. Se trata de regalarnos diez, quince minutos, los que sean y podamos, y en ese tiempo dedicarnos a sentirnos, simple y llanamente (lo cual no significa que al principio no nos resulte difícil, por la inercia de la mente a mantener una atención obsesiva en sus pensamientos).
Sí, ya, ¿pero cómo estar conscientemente en el silencio?Pues intentando darnos cuenta de que ya estamos en él (¡siempre lo estamos!). En esos instantes de tiempo que nos regalamos para acercarnos a él, dedicar toda nuestra atención a observar nuestra respiración, dándonos cuenta de cómo se siente nuestro cuerpo -desde los dedos de los pies hasta la coronilla-, en un recorrido que no ha de convertirse en una tediosa ni rígida tarea a realizar, sino que más bien hemos de entregarnos a ella con la misma ligereza, curiosidad y honestidad con la que jugábamos cuando críos.
Sentir y observar cómo respiramos, sentir y observar las reacciones de nuestro cuerpo y su estado. Observar especialmente los pensamientos que surgen, la vocecilla que al poco tiempo se vuelve incómoda -especialmente cuando nos asentamos y comenzamos a ahondar en la fresca inmediatez del silencio presente-. La vocecilla -los pensamientos- que intentan tomar de nuevo nuestro control y nos hacen ver una pérdida de tiempo -si no una estupidez-, en el hecho de permanecer inmóvil y sin decir una palabra ni hacer nada salvo ser y estar presentes en el presente, sin más. (Voces que nos hablan desde una supuesta sabiduría del pasado, pero que en los hechos, han sido y seguirán siendo nuestros más traidores «amigos», pues reclaman nuestra atención no por querer ayudarnos sino porque se alimentan y subsisten parasitando la energía de nuestra atención.)
En este video se indica la actitud con la que «acercarse» al silencio. Se trata al fin y al cabo de una relación que siempre está ahí, pero generalmente la percibimos como en el fondo imperceptible de nuestro mar interior. Buscar deliberadamente el encuentro con nuestro eterno silencio se basa esencialmente en brindarnos esa oportunidad: permitir que por mera observación indiferente los pensamientos y el trajín interior vayan mermando -vayan perdiendo la energía de nuestra atención- y, finalmente, que el silencio -sea lo que sea y tenga la naturaleza que sea- nos brinde lo que realmente necesitamos para este momento. A veces, su mejor regalo es experimentar la frescura innata de sentirnos vivos en este momento.
En una sociedad como la de actual, que en su loco sueño tiende a traicionar la realidad existencial por la realidad virtual de las pantallas y las palabras, este encuentro con el silencio que ya somos y que nos permite existir, se convierte para quien lo disfruta en el mejor bálsamo de mente, corazón y «alma». En el mejor maestro: el que sólo habita en el interior de cada uno. El Silencio es el Maestro.