«No se percatan que la televisión es tal vez aún peor que la escuela obligatoria”
Pier Paolo Pasolini
En Abril de 2009, el profesor de psicología social Jean-León Beauvois junto con un equipo científico y técnico multidisciplinar, planificó una variación del experimento Milgram, adaptándolo al universo de un concurso televisivo. Ya que (tras trabajar y dormir) sentarse frente al televisor es la tercera actividad a la que el ciudadano medio de casi todos los países desarrollados dedica más tiempo, se hacía patente su poder como herramienta adoctrinadora.
Dado que captar la atención del televidente resulta cada vez más difícil por la saturación de información que constantemente recibe desde todos los medios, los responsables de los contenidos de las cadenas televisivas tienden a recurrir de forma cada vez más explícita a los temas más reprimidos y primarios del ser humano, como pueda ser la sexualidad y la agresividad, derivando en algunos casos en auténticas degradaciones humanas enmascaradas como pruebas de concursos… Con esta perspectiva, resultaba interesante comprobar hasta qué punto la dinámica de un programa televisivo era capaz de ejercer poder en sí mismo como agente de la autoridad, así como de conseguir ser percibido como divertimento por parte del espectador, a pesar de incluir torturas que se declaraban como reales.
Se escogieron a ochenta candidatos de entre dos mil quinientos seleccionados; el único requisito exigido era que nunca hubieran participado en concursos y que ni tan siquiera lo hubiesen intentado. A los candidatos elegidos sólo se les informó que iban a participar en la puesta a punto de un concurso y de que no recibirían ningún dinero por su participación salvo cuarenta euros en concepto de gastos. La única gran diferencia con respecto al experimento Milgram sería la presencia de público, que también ignoraba el carácter experimental del supuesto concurso y que en sí mismo sería además objeto de estudio. Se formaron veinte grupos de cien personas cada uno (seleccionados también por una empresa especializada), para cada una de las ediciones del supuesto programa piloto.
Los candidatos a concursantes fueron entrevistados de forma individual, siempre en compañía del actor que haría de compañero de entrevista. Todos firmaron el contrato que los convertiría sin saberlo en cobayas y en verdugos. Tras un sorteo amañado, a todos les tocaría ejercer el papel de “profesor” frente al otro candidato (el actor que “padecería” todas las descargas). Conocedora del experimento, Tania Yong, famosa presentadora en Francia, sería la encargada de presentar el concurso y ejercer el rol de autoridad. Un animador explicaría al público la supuesta dinámica del concurso (el animador sería para el público el agente de la autoridad). El premio del concurso sería de un millón de euros por responder a una tanda de veintisiete preguntas. A cada fallo, el concursante “profesor” tendría que mover una palanca que activaría una descarga eléctrica al falso concursante, que se incrementaría en 20 voltios, desde los 15 iniciales hasta los 460 voltios. El público tendría que acatar las indicaciones del animador y gritar “¡Castigo!” cuando éste lo indicara -generalmente, cuando el “profesor” dudara en aplicar la descarga-. El nombre del programa, en alusión a la última franja de descargas, se denominó “La zona extrema”, aunque en la traducción española el documental adoptó un nombre más impactante: “El juego de la muerte”.
A pesar del tiempo transcurrido desde los años sesenta y de celebrarse en otro país, los resultados fueron muy similares a los del experimento original: de las ochenta personas participantes, sólo dieciséis se negaron a continuar y abandonaron el concurso. El resto continúo administrando descargas hasta las últimas consecuencias, a pesar de que -tras los gritos, los insultos y las súplicas- el supuesto concursante dejara de emitir signo de vida alguno. (Hay que aclarar que al igual que en el experimento original, el falso concursante no estaba a la vista; los “profesores” y el público sólo percibían su voz y sus lamentos.) También se registró otra reacción común en ambos experimentos: en ausencia del agente que personificaba a la autoridad -en este caso, la presentadora-, la negativa a obedecer y aplicar las descargas se incrementó hasta llegar a un setenta por ciento.
Para el productor del documental, Christophe Nick, no se trataba sólo de sumisión a la autoridad, como afirmaba Milgram, sino del peso del sistema; un mecanismo de obediencia similar al que permite hacer funcionar a religiones o multinacionales, con una estructura de poder diluida. “La televisión tiene un poder aterrador -admitió Christophe Nick -: cuando decide abusar de su poder, la televisión puede hacer cualquier cosa a cualquier persona”.
La mayoría de las personas son condicionadas desde la niñez a crear un paralelismo entre su grado de sociabilidad y su disposición a ser sumisos y acatar órdenes. Esta realidad evidencia que sólo aquellas personas que han vivido la experiencia de rebelarse en su vida, pueden reunir la fuerza para desobedecer órdenes de una figura autoritaria -en esta ocasión, la presentadora, potenciado por la presión del público asistente-. Para la psiquiatra Claude Halmos, el experimento mostró que era importante explicar el sentido de las reglas a los niños y no solamente imponerlas. “Tenemos que enseñar a los niños a obedecer, pero también debemos enseñarles a desobedecer”.
Sin embargo, no todos los especialistas estuvieron de acuerdo con el experimento en sí. Aunque la psiquiatra, psicoanalista y psicoterapeuta Marie-France Hirigoyen no restara valor al contenido del documental en sí ni a su capacidad concienciadora, le preocupó el efecto que esta experiencia habría podido causar en los participantes. “Este programa denuncia la manipulación que puede ejercer la autoridad, pero lo hace manipulando a los participantes y al público. Yo no habría aceptado participar en este espectáculo porque creo que inflige un trauma innecesario a los participantes; aparte de que para conseguir este resultado final se ha tenido que recurrir a una exposición sensacionalista”.
Creemos que somos librepensadores, cuando en muchos casos sólo recreamos racionalmente actitudes y comportamientos que, aun creyéndolos propios, nos son ajenos. Saber rebelarse a la autoridad implica no sólo conocimiento de nuestros derechos y obligaciones, sino también un cierto grado de fuerza, de autoconciencia, que sólo se adquiere a través de la observación y la experiencia.
Cabe finalmente plantearse, como hacía el propio Stanley Milgram en su artículo, si la desobediencia individual atenta contra la misma trama de la sociedad, o bien si a veces es necesario el revulsivo de la desobediencia individual para sanear los propios cimientos que hacen posible la vida en sociedad… Y si para esto es necesario, como primer gran paso, dejar de conectarnos a la tele.
Somos seres sociables y gregarios (en el sentido de que tendemos a agruparnos).La cuestión es equilibrar las demandas de esta vida en sociedad con las del individuo y éso,desde mi personal punto de vista,ha de establecerlo cada uno.
Para todo hay una primera vez,también para la desobediencia.No me parece que la experiencia en este asunto sea tan relevante,si es que lo entendí bien;para mí depende más de que eso esté en tí o no,que te sientas cómodo haciéndolo o no (en el sentido moral).
Todo,llevado al extremo y sin un conocimiento cabal del asunto,puede ser nocivo:la obediencia ciega o la la desobediencia sistemática (frecuentemente como un perpetuo empeño de autoafirmarse,bastante inmaduro,creo yo)son ,en el fondo,lo mismo:una carencia por parte del sujeto.
A los niños hay que enseñarlos a ser ellos mismos,sí y también a que sepan vivir en sociedad.Para mí,la única forma de que una sociedad sea madura (si es que tal posibilidad cabe) es que lo sean los individuos que la constituyen,uno a uno (con un trabajo personal pero bien asentado en una correcta educación).
Educar no es adoctrinar ni amaestrar ..aunque,en la práctica diaria, frecuentemente parece que son sinónimos.
Podemos engancharnos a cualquier cosa ,desde las conocidas sustancias hasta al trabajo pasando por la consabida tele o el pc..
Un elemento a valorar sería el hecho de que a algunas personas les gusta salir en la tele,que los conozcan…yo tampoco entiendo cómo se pueden meter en un concurso así (ni como participantes ni como espectadores ) ,debe ser cosa de la riqueza de la Vida que,en su variedad,acoge todo tipo de manifestaciones…por no hablar de un cierto voyeurismo y exhibicionismo.
Este tipo de experimentos,o estudios aunque prefiero lo primero,me dejan siempre algunas dudas:qué criterios de inclusión establecieron para escoger al público y para agruparlo; ¿estaba en el ajo el animador? ¿cómo llevas a alguien ahí simplemente por la cara,esto es,sin dinero ni aparentemente otras contraprestaciones,máxime en personas que,hasta esa fecha nos mostraron interés alguno por asistir a concursos televisivos,ignoro si los veían o no ? ¿hasta qué punto el hecho de que fueran televisados como concurso-un juego-,la presentadora conocida,ignoro en qué cadena,etc no influye para «suavizar» la creencia de que aquéllo iba «en serio» (tampoco veían a la «víctima»)…no sé.para ser psicólogos los que elaboraron esto me parece que hay algunos cabos sueltos e importantes.
Excelente artículo,Juan,que daría para mucho.
Gracias y saludos.
Yo distinguiría la obediencia asumida y gustosa de aquella que nos pone en conflicto con nosotros mismos. En este último caso, generalmente el conflicto suele anularse -más, si se espera de nosotros una actuación instantánea, en el mismo momento en que nos incitan a obedecer-. La manera de anularnos es autojustificarnos, “bordear” el encuentro directo con nuestro conflicto y proyectar en cualquier figura de autoridad -quien nos manda, la organización a la que pertenecemos, el supuesto fin de nuestra acción, etc- la responsabilidad de los actos que realizamos -que no dejan de ser nuestros actos.
También creo que como tú que una sociedad madura llega a tal condición por la madurez mayoritaria de sus ciudadanos, tanto en su faceta social como personal.
El fenómeno de la tele, la atracción que despierta, creo que aún no ha sido abordada a fondo. Porque creo que responde a las preguntas que haces. Donde haya una cámara la persona -muy en general- se transforma, y el hecho de saber que va a ser visto por muchas personas a través de la pantalla de una tele… las descoloca.
Al final del artículo está un enlace donde puede verse el documental. Al responsable del experimento, Jean León Beauvois, le preguntaron en una entrevista cuál es la idea de la democracia que defiende. Y ésta fue su respuesta:
“La idea de democracia que reivindico es la de una democracia en la que se ejerce realmente la libertad de los antiguos (que sería la de intervenir, tras un debate, en los asuntos que te conciernen o que afectan a tu vida) y en la que se ejerce también la libertad que llamamos de los modernos (la de estar seguro en tu casa, en tu vida privada) y que garantiza la opacidad de esta vida privada. Como veis, la democracia que reivindico aúna autogestión y derechos del hombre. Las democracias liberales no permiten la primera de esas libertades, ya que son democracias sin debate, y no garantizan las segundas. Dentro de unos años, se podrá saber lo que hacías tal día a tal hora y con quién».
Gracias Cristian por tu elaborado comentario.