El VIAJE DE RIDDHI

Somos, luego existo

somos luego

Personas como Stéphane Hessel, Viktor Frankl y Nelson Mandela no sólo tienen en común haber experimentado durante años condiciones de represión y encarcelamiento inhumanas. A pesar de sus durísimas experiencias, todos llegaron a la misma conclusión existencial. En palabras de  Erich Fromm: “el hombre representa el centro y fin de la vida. El desarrollo y la realización de la individualidad constituyen un fin que no puede ser nunca subordinado a propósitos a los que se atribuya una finalidad mayor”.

Este es el drama de nuestro tiempo: hemos perdido contacto con el hombre como centro y fin de la vida. Estamos perdiendo el valor y la experiencia del contacto humano. No nos tocamos, no nos sentimos, no honramos nuestras respectivas presencias. El ser humano tiende a ser cosificado como una mercancía más, desvalorando en lo absoluto el misterio de su propia trascendencia. ¿Será ésta la nueva normalidad en la que nazcan nuestros descendientes, la misma que imaginaron George Orwell o Aldous Huxley?

Aislados en la libertad de nuestras pantallas

No es casual que poco a poco nos hayamos ido acostumbrando a ignorar el entorno en el que interactuamos al existir, así como la presencia humana de quien tenemos a nuestro alrededor, refugiándonos en la relación virtual que establecemos entre una pantalla y nuestros pulgares. Esta tendencia imparable alberga un grave peligro, y es precisamente la creciente ausencia de contacto humano real en nuestras vidas. Tendencia agravada por otra tendencia aún más preocupante: el incremento exponencial del miedo al otro -al peligro potencial que nos despierta la mera presencia del otro, por su condición de potencial portador de enfermedades.

Ante este panorama, resulta esencial que un grupo suficiente de individuos comprendan y valoren la necesidad de implicarse de voluntariamente en este cambio de paradigma distópico, si se quiere mantener saneada la propia relación del ser humano con la realidad en la que transcurre realmente la vida, su vida; la misma que comparte en interacción con el resto de sus congéneres y especies, con la Tierra, con el Cosmos -con la existencia entera.

¿Se imaginan cómo sería vivir en una sociedad que espiara y manipulara todos los rincones de la mente de sus ciudadanos, y que fueran estos los que por miedo o deseo ofrecieran voluntariamente el acceso a su intimidad? Parafraseando a Aldous Huxley, estemos o no siendo encaminados hacia ese desolador panorama global, podemos elegir ser el cambio que queremos ver en el mundo, situándonos en el único lugar que con toda seguridad podemos mejorar: en nosotros mismos.

 

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