El VIAJE DE RIDDHI

El amor incondicional no muere

helen

Elisabeth Kübler-Ross

«Hay mucha gente que dice: «la doctora Ross ha visto demasiado moribundos. Ahora empieza a volverse rara. La opinión que las personas tienen de ti es un problema suyo no tuyo. Saber esto es muy importante. Si tenéis buena conciencia y hacéis vuestro trabajo con amor, se os denigrará, se os hará la vida imposible y diez años más tarde os darán dieciocho títulos de doctor honoris causa por ese mismo trabajo. Así transcurre ahora mi vida».

Así comienza el libro «La muerte: un amanecer», de Elisabeth Kübler-Ross en el que se recogen tres interesantes conferencias suyas, centradas en el amor incondicional, que como tal, abraza también al moribundo en su proceso de muerte. Anclados como estamos en un modelo de sociedad enferma, idólatra de un imposible (la eternidad de la juventud corporal) y de un ideal plano de la libertad individual -reducido al hedonismo por la ambición de consumo (emociones, sentimientos, experiencias, cosas…)-, resulta gratificante hallar a una persona que se impuso la labor de ahondar en su humanidad. Es decir: ahondar en la fuente común del amor incondicional que nos une a todas las especies en sus rasgos esenciales de entrega, compasión y empatía sintiente y experiencial con el ser y circunstancias de «el otro».

La vejez y la muerte se sitúan en las antípodas del gusto actual de la sociedad; de hecho, constituye parte de sus sombras (de esa realidad que la sociedad falsamente anula porque no quiere ver ni asumir). Según nuestra sociedad, dejamos de existir cuando nos aproximamos al umbral de la muerte. Sin embargo, en la extensa labor de esta doctora, es justamente aquí, en este aparentemente final, cuando más intensamente se cumple la razón de nuestra existencia: experimentar la naturaleza y el sentido del amor incondicional, comenzando por nosotros mismos, en primera persona -entregándonos con amor a nuestro supuesto final.

No existe una situación que nos pueda generar un conflicto emocional tan contradictorio e intenso como la presencia ante un moribundo; y esto es así precisamente porque nos confronta con nuestros miedos más profundos, como también con la cerrazón de nuestra vulnerabilidad. La doctora Elisabeth Kübler-Ross lo hizo, y tras muchos años dándose con autenticidad en su labor puramente experimental, llegó a la conclusión de que la muerte como tal no existe en cuanto fin. Por el contrario, en la síntesis de sus conclusiones ofreció una esperanzadora metáfora. Las personas somos como gusanos en nuestros capullos con forma de cuerpo. Llegado el momento oportuno, ajeno a nuestro control, la estructura de ese capullo se quebrará al resultar  innecesario y el gusano que creíamos ser volará libre de nuevo, cual mariposa.

Lejos de ser un vano consuelo poético, fue éste el mensaje que la doctora quiso dejar claro a la Humanidad, partiendo de su dilatada experiencia con personas moribundas. El proceso de la muerte, quizás, sea entonces a pesar de su posible dolor, el tránsito a un ciclo más ligero, más pacífico, más libre en nuestro periplo de Vida. En sus propias palabras:

«La muerte física del hombre es idéntica al abandono del capucho de seda de la mariposa. La observación que hacemos es que el capullo de seda y su larva pueden compararse con el cuerpo humano. Un cuerpo humano transitorio. Morir significa, simplemente, mudarse a una casa más bella, hablando simbólicamente, se sobreentiende.

Desde el momento en que el capullo de seda se deteriora irreversiblemente, ya sea como consecuencia de un suicidio, de homicidio, infarto o enfermedades crónicas (no importa la forma), va a liberar al a mariposa, es decir, a vuestra alma».

No se trata de hacer apología de la muerte ni de caer en una negación de la vida, por esa supuesta contradicción entre la vida y la muerte. Como todos sabemos, desde que nacemos hasta que morimos se activa el proceso de la respiración,  que se perpetúa hasta que, como indica la doctora, llega el momento de liberarnos -de nuevo- del tiempo, el espacio y la forma. El proceso de la respiración ya nos señala que la vida oscila en el constante fluir entre lo interno y lo externo, entre la vida y la muerte. Las células de un recien nacido comienzan a morir y a ser reemplazadas desde el mismo instante de su nacimiento. En todo caso, al margen de toda lógica, aceptar hasta nuestras entrañas la certeza de nuestra muerte corporal entraña una labor de interiorización que a veces no basta con una vida.

Disfrutemos de la vida, agradezcámosla al menos, en sus momentos espléndidos y cotidianos, como también en los tristes y sombríos. Asumamos que la vida es una sola y que aceptándola incondicionalmente con paciencia valentía y compasión, transitaremos en profunda paz cuando sea nuestro momento, entregándonos abiertos a la experiencia; confiados, esperanzados, sintiéndonos amados hasta el último instante de nuestra existencia.

Quizás no haya que esperar a esa muerte. Quizás morir en vida sea la paz que en la muerte nos espera. Quizás sea éste el punto y final de libro de la Existencia. Algún día todos los seres sintientes lo sabremos, como ha sido desde el inicio de los tiempos. Algún día, cuando sea nuestro día, sabremos si al final de la película muere también el Espectador.

Para esta doctora y para algunos humanos a lo largo de nuestra historia, el amor incondicional no muere -esa es nuestra esencia; no es «nuestra»: eso Somos.

LOVE

Categorías: El poder del Corazón Puro, Belleza, Espiritualidad, Humanidad, Muerte, Paz

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