«El mandamiento cristiano de «amar al prójimo como a uno mismo, y a Dios por encima de todas las cosas» no se refiere en verdad a un solo amor, sino a un equilibrio entre tres amores: al YO, al TU, y al EL, y no se trata de amar al prójimo más que a uno mismo, sino de amar al ser humano -tanto en el otro como en uno mismo- y más aún lo sobrehumano.
Ciertamente, muchos fallan en este principio espiritual por egoísmo o escaso amor al prójimo. Más que un hermano, el otro pasa a ser un extraño que se ignora, utiliza o combate. Hay en este amor una pérdida del tú, una pérdida de la capacidad de sentir al otro como sujeto. Parecería que la esencia del egoísmo fuese el amor a uno mismo; pero si examinamos de cerca la situación psicológica del egoísmo, vemos que entraña sobre todo una apasionada búsqueda de sustitutos del yo y del amor. Más que una forma de amor a sí mismo es resultado de un implícito rechazo de sí mismo; porque el egoísta no se ama a sí mismo, necesita llenar ese vacío con una exaltación de deseos secundarios».
Claudio Naranjo