Quizás resulte que este artista y creador que no concede entrevistas, haya de esperar a su muerte para que las próximas generaciones estudien y analicen su obra con un posicionamiento más libre de prejuicios por las opiniones de los medios o de terceros. Al fin y al cabo, toda opinión intenta señalar o acotar lo opinado, pero jamás podrá substituir la experiencia en sí. En este caso, la experiencia es contemplar la película por uno mismo e intentar hacerlo lo menos condicionado posible, sin juicios, y con la mayor apertura de nuestra sensibilidad.
Quizás el autor no buscó limitarse a una película con un hilo argumental, sino que quiso explorar la capacidad expresiva de una obra audiovisual, al entender que lo que trataba de expresar jamás podría conseguirse por medio de los límites que impone el raciocinio.
A la mente racional le gusta acotar el mensaje, conceptualizarlo. En este caso el autor parece incitar al espectador para que abandone esa actitud y se permita dejarse llevar por los estímulos audiovisuales y por los sentimientos que despiertan la empatía con los símbolos de la infancia, los dioses paternos, el misterio inabordable del universo y de la vida en sí, nuestra vida condicionada por los pequeños y grandes sucesos y esa aparente sucesión de dualidades contradictorias en las que se desarrolla nuestra vida “interna” y “externa”.
Quizás quienes rechazan esta obra es porque acudieron a verla con la idea preconcebida de encontrarse con una historia con un hilo narrativo más o menos fiel a la razón del espacio y el tiempo. Como quien va a ver “El gran silencio” imaginando que será similar a “El nombre de la Rosa”; aun empleando la misma herramienta expresiva, podría decirse que el primero entraría –como creo que podría catalogarse también a “El árbol de la vida”- como “cine experimental”, porque busca algo más que entretener, contar una historia o hacernos pensar.
Quizás esa gloria que nos rodea esté ahí precisamente para ayudarnos a darnos cuenta de la gloria que cada ser humano lleva dentro. Al fin y al cabo, como dicen los sabios, una obra maestra, una bella persona o un hermoso paisaje sólo activa la belleza que cada ser humano lleva dentro de sí. Esta obra, creo, nos invita a jugar a abrirnos a nuestras luces y sombras internas, sin causa ni fin en sí mismo; sólo por juego, por experiencia. Quizás.
La vi ayer, Juan. Y concuerdo en un 100% con tu reseña.
Un abrazo
Gracias por tu comentario. Sería interesante contar en tu blog con una reseña sobre tus impresiones. A mí me gustaría 🙂
Un abrazo.