«Incluso con las tecnologías más potentes, las máquinas son incapaces de sentir». Laurence Devillers. Doctora en informática, especializada en ética, inteligencia artificial (IA) y robótica.
Actualmente, la inteligencia artificial sigue ahondando en el campo de las emociones porque es el nexo más relevante en el trato entre personas.
Ese matiz humano de expresión emocional es muy difícil de plasmar en códigos que establezcan patrones de comportamiento. Simplemente, la comunicación emocional no es programable, al estar arraigada en la singularidad y la constante evolución de nuestra naturaleza.
Existen ya robots humanoides con capacidad suficiente para realizar labores de asesoramiento básico a clientes. Son entidades físicas o virtuales que pueden interactuar con nosotros y brindarnos información sobre datos concisos. Sólo es cuestión de tiempo que su apariencia y movimientos emulen fielmente al ser humano.
Sin embargo, debemos tener cuidado al delegar responsabilidades en estas creaciones cada vez más humanizadas. Como advierte la Doctora en Informática Laurence Devillers : “Antropomorfizar hasta proyectar responsabilidades en un robot supone un gran riesgo para la sociedad”.
En un mundo saturado de información, donde el flujo de datos es constante, hay aspectos de nuestra humanidad que no pueden ser medidos ni cuantificados, emergiendo libremente desde lo más profundo de nuestro ser.
Por ejemplo, la calidez al tocar a otra persona o la profundidad de una mirada. Estas experiencias no requieren de datos, sino que se manifiestan desde el silencio interior que todos llevamos dentro.
De hecho, nuestro más maravilloso secreto está fuera de las manos de la ciencia y del mercado, porque reside en la esencia misma de nuestra existencia, palpita en cada respiración y se revela en el silencio más elocuente.
¿Podrá la ciencia algún día capturar un sentimiento en un simple código binario?
Por ahora, la respuesta viva que dé resolución a ese misterio está en cada ser humano.