Todos llevamos nuestro simbólico saco de culpas, arrastrándolo como memorias de vivencias pasadas que se resisten a perderse en el olvido.
Este saco tiñe de malestar y pesadumbre nuestra percepción ordinaria del único instante en el que podemos vivir en comunión real con la existencia: el ahora.
Es un saco de pensamientos y emociones que nos hacen sentir indignos de nuestro perdón, aunque hayamos perdonado a otras personas en circunstancias similares.
Nuestro propio juicio de que es imposible que se nos perdone, es lo que nos impide abrirnos a la posibilidad de sanarnos. Es un saco de pensamientos y emociones, de ceguera y cerrazón.
Intentar soltar sucesos pasados, aprendiendo de ellos pero sin hacer interpretaciones de responsabilidad, es un buen camino para no acumular más lastre en nuestro saco.
Muchas veces somos incapaces de perdonarnos al resistirnos a aceptar que somos imperfectos y dignos de perdón, como cualquier ser humano… Buscamos con ansia la perfección, la distinción o el reconocimiento social de quien creemos ser, y en ese fútil esfuerzo acabamos tiranizándonos.
MEDITAR
Iniciarse en la meditación es en cierto sentido como aprender a mecanografiar o a montar en bicicleta. Al principio puede resultarnos tedioso y sin sentido o crisparnos los nervios, pero una vez se obtiene práctica, sucede de forma espontánea.
La meta, que se va dando sola, es acabar viviendo en un estado centrado y entregado en el presente. No levitando para no manchar el suelo o cantando ooommms mientras compramos en el supermercado. No. Es un estado muy ordinario, muy natural, muy consciente, muy centrado y muy despierto. Se trata de conseguir estar aquí y ahora sin cargar mentalmente con el saco de prejuicios que nublan la vivencia inmediata de nuestro presente.
Meditar nos ayuda a permitirnos sentirnos, aceptándonos sin más, como primer paso para tomar conciencia de las raíces de nuestro sufrimiento y así poder trascenderlo y «soltarlo».
Si perdonas a los demás, llegarás a experimentar que a quien perdonas es a ti mismo. Siempre que ves aspectos negativos en otros que te incomodan, es un reflejo de que hay algo en ti que no quieres admitir, e intentas proyectarlo culpando a esa persona en quien lo ves reflejado.
De igual forma y en perfecta simbiosis, cuando te perdonas a ti mismo lo ves reflejado en el perdón espontáneo que experimentas hacia algún rencor del pasado, hacia alguna persona. Es una grata sensación de dicha, de claridad, de lucidez y ligereza.
Cada ser humano es un buscador de la felicidad que trasciende los límites de su individualidad. Al fin y al cabo, la búsqueda de la felicidad no es sino el reencuentro con nuestra libertad de ser.
Éste es en suma el mejor truco para sentirnos mejor con los demás y con nosotros mismos: aprender a perdonarnos, a aceptarnos plenamente -sin peros-, como paso previo a “reaprender” a amarnos. Pues eso somos. Esa es nuestra naturaleza última y esencial. Toca a ti, si así lo quieres, vivirlo en primera persona.