“Usted hace y deshace a cada paso. Usted quiere paz, amor, felicidad y trabaja duramente para crear dolor, odio y guerra. Usted quiere longevidad y se sobrealimenta, usted quiere amistad y explota a los demás. Vea su red como hecha de tales contradicciones y suprímalas –su mismo verlas harán que desaparezcan”.
Nisagardatta Maharaj.
Si pudiéramos recorrer nuestro árbol genealógico desde el inicio de los tiempos, muy posiblemente hallaríamos entre nuestros ancestros a todo el espectro de variantes humanas existentes: desde seres valientes a cobardes, desde seres gallardos a bastardos… Lejos de ser una fuente de conflicto, nuestra pródiga mezcolanza constituye el más vivo tesoro de nuestra especie por cuanto integra la paleta de creencias, dogmas y paradigmas que contiene la personalidad de naciones, pueblos e individuos.
La ley de interconexión entre todos los seres vivientes existe en el Universo con la misma evidencia con que la ley de la gravedad fuerza el peso en la Tierra. Todo el conjunto de la existencia vive interconectado: desde los circuitos microscópicos de todo ente viviente, hasta los circuitos macro cósmicos en que planetas y galaxias danzan en perfecta armonía la música de las esferas.
“Todos somos uno” no es sólo un bello lema: es una realidad manifiesta de la que da testimonio rotundo el Cosmos y la Naturaleza. Todos partimos y retornamos a la misma inmaterialidad de la que surge la vida y en las que “las diez mil cosas” dan forma a la existencia.
Cuando una acción atenta contra la unidad esencial que compartimos desde la genética con todos los seres vivientes que habitan la Tierra, atentamos contra el flujo que interconecta la experiencia de vida a todas las manifestaciones de la existencia. Soportar ese atentado contra nosotros mismos sólo es posible si escogemos reprimírnoslo y subsistir aislados desde la separatividad. El precio de esta decisión es vivir a perpetuidad esquivando de instante a instante los fantasmas y los demonios del ilusorio miedo. No es el progreso sino el miedo la fuerza que mantiene homogeneizada a la sociedad. Avivar y moldear ese miedo primigenio constituye desde el inicio de las civilizaciones una manera de hacer política: la política fría e incompasible de la guerra sucia.
La vivencia del miedo atenta de lleno contra la esencia de nuestro ser: amar. Por eso toda sociedad sustentada en el miedo no podrá nunca representar valores humanos como la libertad, la igualdad y la fraternidad; valores que algún día harán honor y darán sentido a la meta última de la sociedad: convivir felices, en armonía y en paz. La inocencia humana -el nuevo resurgir de sus cenizas-, hará posible algún día una sana, innata y enriquecedora labor de interconexión entre todos los integrantes que conformen las bases y el gobierno de la Democracia.
Nuestra espiral genética define la naturaleza inconsciente de nuestros instintos, especialmente de aquellos que nos negamos a asumir aunque estén ahí, imprimiendo con sus miedos y prejuicios la percepción del mundo que nos rodea como reflejo de la percepción que albergamos respecto a nosotros mismos.
Esta necesidad de volcar al exterior nuestras frustraciones puede adquirir un carácter más ciego, loco y radical cuando es avivado con justificaciones ideológicas denigrantes y excluyentes, que sólo intentan dignificar la llamada al odio y la violencia. Cuando estos brotes de prejuicios racistas, políticos o religiosos se estigmatizan en el tiempo, pueden generar conflictos socialmente desestabilizantes que permanezcan arraigados durante décadas.
Gracias a internet y al desarrollo de la comunicación nos resulta cada vez más difícil aislarnos del proceso de globalización al que nos estamos dirigiendo. Nos hallamos en un periodo donde la identidad de los países tiende a debilitarse como parte de este proceso. Esta tendencia beneficia al sistema globalizante que impera en el mundo, al abogar por una población humana productiva, consumista e ideológicamente mansa. De ahí que les resulte ventajoso el declive de las idiosincrasias de los distintos pueblos, porque así sus poblaciones serán más fácilmente manipulables hacia la misma uniformidad impersonal que asemeja a casi todas las grandes superficies comerciales a lo largo y ancho del planeta.
Estamos siendo encaminados hacia una sociedad donde cada vez se deprecien más los valores humanos inherentes a nuestra condiciones de personas. Valemos según produzcamos en una competición cuyo límite es la muerte… Hemos caído en el engaño, sembrando en el terreno de lo utópico valores tan reales y tangibles como la honestidad, la comprensión, la tolerancia, la gratitud, la paz… Damos por sentado que en un mundo tan violento como el nuestro nos resulta imposible sentirnos agradecidos y en paz por la mera condición de estar experimentando nuestra existencia. Pero el problema no está en el mundo sino dentro nuestro: nos sentimos débiles y cobardes porque no somos honestos con lo que sentimos ni afines a lo que creemos. Somos torpes prototipos de un futuro de hombres máquinas: personas eficientes en solucionar problemas y ganarse la vida, pero sordas, ciegas, mudas y mancas respecto al sentir de nuestro existir y nuestro ser. Sentirnos nos da más miedo que pensarnos, porque a diferencia del pensar, sentirnos nos exige una franja de vulnerabilidad, de apertura, de rendición, de aceptación de nuestro propio drama interior, de nuestro autoengaño para evitarnos sentir nuestro dolor como primer paso para abrirnos al amor. Llenar de cosas y pensamientos nuestro espacio y nuestro tiempo nos ayuda a impedirnos este sanador proceso. Por eso nos asusta quedarnos parados y en silencio.
La llave de la salida de la crisis tiene un nombre: ciudadano… Tenemos que ser la luz del cambio que ansiamos. Tenemos que ser la luz de un amor redefinido hacia lo incondicional; ante ese amor no hay espacio para el miedo. Desde esta inocencia carente de juicios podremos algún día ayudar a vivirnos libres y sintonía con el orden que nos rodea. Será entonces cuando la población humana elija dejar de vivir para destruir y acepte en su conjunto y sin condiciones su misión de crear esperanza. Sola así podremos labrar un mejor futuro para las generaciones venideras.
No se puede recuperar la fe en la sociedad si no se recupera antes la fe en el individuo. Y no podremos hacerlo si antes no la recuperamos en nosotros mismos. Elegir entre el amor o el miedo es lo que nos exige la vida a cada instante. Ese fluir de pequeñas decisiones hacia uno u otro extremo darán sentido y contenidoa nuestra conducta; y ésta, al rumbo de nuestra vida.
Por eso debemos unirnos.
Por eso nos necesitamos.
Recibe al instante cada nueva entrada y material gratuito de valor
——-
Publicado simultáneamente en Fundación Civil




Felices Fiestas ,Juan y ridheros.
Felices Fiestas Cristian, para ti y para todas las personas que se acerquen a este espacio. Si Dios quiere, el 2015 volveremos a retomar el blog con el proyecto que le dio vida. Un fuerte abrazo y gracias por estar ahí y compartir tu huella:)