Cierta mañana acudió entre los visitantes un profesor de filosofía, procedente del norte de la India. Ya había visitado a Maharaj varias veces. Aquella mañana lo acompañaba un amigo suyo, que era un artista de cierta categoría, pero que al parecer no tenía ningún interés especial por los temas de lo que habla Maharaj.
El profesor abrió el debate. Dijo que le había impresionado tanto lo que le había dicho Maharaj en su última visita, que cada vez que pensaba en ello sentía como si lo recorriese el cuerpo una oleada de vibraciones. Maharaj le había dicho que el único “camino” para volver atrás era aquel mismo camino por el que había llegado, y que no había ningún otro. El profesor dijo que aquella frase le había tocado una fibra muy honda, sin dejar lugar a las dudas ni a las preguntas. Pero, más tarde, cuando se había puesto a pensar profundamente en la cuestión, sobre todo en el “cómo”, se había encontrado enredado irremediablemente en una maraña endiablada de ideas y de conceptos. Dijo que se sentía como un hombre que hubiera recibido el regalo de un diamante precioso pero que lo hubiera perdido después. ¿Qué debía hacer ahora?
Maharaj empezó a hablar en voz baja. Dijo:
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