Excelente película basada en la vida de Florence Foster Jenkins, una acaudalada mujer que vivió en carne propia el síndrome del «Rey desnudo», el famoso cuento de Hans Christian Andersen. Advertía el cuento: «No tiene por qué ser verdad lo que todo el mundo piensa que es verdad»; en la película podría apostillarse «no siempre lo que todos dicen es en verdad lo que todos piensan».
Negada de talento para el canto, pudo sin embargo sentirse diva de la voz por la labor de su marido -consejero y conseguidor, pero no amante ni fiel-, quien gracias a su dinero (al de ella) pudo contratar a músicos y público que alabaran su arte a cambio de una buena paga… Así vivió en ese engaño durante años esta buena mujer, hasta que un día tomó la iniciativa sin intermediar su marido y se dio de bruces hasta el alma con la triste realidad. Tan triste que conocer la pobreza sus limitaciones y la farsa en la que había brindado su «talento», la llevó en su pena a la muerte.
Tanto la dirección como los actores nos ayudan a meternos en esta tragicomedia; que por un lado nos hace sonreír al comprobar la picardía y candidez humana, como por otro nos entristece al observar la falta de compasión, la burla e incluso la crueldad sádica con que a veces tratamos las vidas y almas ajenas.
Tragicómica realidad de la tragicomedia que resulta nuestra propia experiencia: naciendo sin saber por qué, para vivir no sabemos cuánto, hasta morir y ser no sabemos qué. Somos puro teatro, como decía Shakespeare respecto a las vidas humanas. “Un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que significa… nada.”
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Un ejemplo es este disco que ella misma impulsó en un noble intento de difundir su talento, convirtiéndose en uno de los más vendidos por lo cómico que les resultaba al público comprobar cómo destrozaba a Mozart.