A pesar del valor y la trascendencia de su trabajo pionero en la psicología transpersonal en España, la labor divulgadora de Antonio Blay resulta para muchos una incógnita.
En palabras de su hija, Carolina Blay, su padre “nos habla de un modo claro, concreto, directo; pero sobre todo nos habla de un modo sincero. Nos habla desde su experiencia”.
Para Antonio Blay existen seis actitudes erróneas que intoxican el espíritu de fraternidad en la relación entre personas. Pero como él mismo advertía: “No basta con leer una lista de actitudes erróneas si uno no las identifica, de hecho, en su propia actitud diaria”. “Veamos por qué puede ser tan poco satisfactoria la relación humana”.
LAS SEIS ACTITUDES ERRONEAS DE LAS RELACIONES HUMANAS, según ANTONIO BLAY
1.- Yo estoy esperando algo de la otra persona. “Estoy esperando algo que me favorezca. Estoy esperando su aprobación, su aceptación, su alabanza o su admiración. Siempre espero ser bien acogido y que lo que yo haga o diga, o que mi simple presencia esté reconocida por el otro como algo valioso”.
2-A veces, utilizo al otro para afirmarme activamente en él. “Ya sea tratando de imponer mi autoridad o mi criterio, haciendo de algún modo servir al otro para la afirmación de mi superioridad sobre él. Quiero que los demás acepten lo que yo pienso, o que hagan algo que yo considero que hay que hacer”.
3-Estoy normalmente comparando a la persona con la idea que yo me hago de cómo debería ser esta persona. Este rasgo es común en todos nosotros. “A mí me gustaría que cada persona fuera de un modo determinado: que tuviera unas cualidades, que tuviera un modo de ser. Y como yo estoy esperando esto y veo que la persona con quien yo estoy tratando no responde a este ideal, entonces yo me estoy lamentando del modo de ser de esa persona… O sea, que los defectos que yo encuentro en una persona no son defectos en sí: son defectos sólo en relación de la idea que yo me hago de cómo deberían ser”. Es decir, no vivo a la persona por sí misma. “En mi mente la estoy comparando siempre con un modelo”. Esto nos impide tratar a la persona enteramente, sin juicio ni comparación.
4-Tengo de las personas una idea fija: la idea que yo me he hecho al cabo de haber tratado un par de veces con ella. “Idea hecha de su apariencia y de su modo de actuar en un momento dado”. “Esto fija unos clichés en mi mente; crean como una especie de ficha y me quedo ya con esta ficha para siempre. Y para mí aquella persona es aquella ficha y no otra cosa”. Ya no trato con la persona, sino con la idea que tengo de ella.
5-Todas estas actitudes señalan en suma a una que las engloba. En el fondo, yo no me intereso para nada por la otra persona. “En el fondo sólo me intereso por lo que aquella persona pueda aportarme a mí. Por lo que puede darme de afecto, de información, de oportunidad económica, de prestigio o de lo que sea” […] “Y si yo no me intereso por la persona sino por sus cosas entonces es muy difícil que yo tenga una buena relación con la persona, porque estaré constantemente evaluando el valor de la persona en virtud de las cosas que me da o no me da”.
6- La sexta es una actitud errónea porque no siempre es correcta. Quiero ayudar y proteger a los demás. “Esta actitud es errónea aunque puede ser muy buena. Suele ser errónea cuando detrás de esa actitud está la idea de sentirse uno mayor que el otro: más bueno, más fuerte, más importante, más algo”.
Estas son las actitudes que envenenan la relación humana según Antonio Blay. Fuentes de desconfianzas y conflictos, de confusión y desilusión… “Cuando estoy esperando cosas de las personas, entonces no hay relación humana posible: hay explotación, hay conflicto, hay tensión, hay utilización, hay oposición. Hay la lucha de ver quién da a quién más por menos”.
“La actitud básica que tenemos en la relación humana es muy importante que la descubramos”. Y lo haremos respondiendo con honestidad a esta pregunta: “¿Realmente me estoy relacionando con alguien o con algo de alguien?”.
LA CLAVE
Para Antonio Blay, “La clave para reedificar nuestras relaciones humanas sobre una base más auténtica se podría resumir en dos puntos”:
A- No apoyarme nunca en nadie. “Aprender a mantener una plena independencia interior”. Implica que “Yo no me sienta más yo por algo exterior”. Que sólo me apoye sobre mis propios pies. “He de aprender a trasladar ese valor de mí, que depende de mi cotización exterior, a una toma de consciencia directa de mi propio ser; de mi propio yo, que es fuente de todo dinamismo de mi personalidad”.
B- Aprender a interesarme de veras por el otro, por sí mismo, como persona. “No por sus cualidades o circunstancias, por lo que me puede dar o por lo que yo le puedo dar, sino por sí misma, como persona”. “El otro es alguien: un ser que está viviendo una vida con un mundo interior. Cuando soy capaz de interesarme por el otro sin juzgarlo, sin compararlo, sin relacionarlo en más o menos, se produce un descubrimiento, una auténtica expansión interior sólo por el hecho de descubrir un modo viviente de ser en el otro”.
“En general la persona buscan su propia seguridad, su tranquilidad, su afirmación. Esto es una demanda constante, consciente o inconsciente. Yo he de darme cuenta en qué medida estoy respondiendo a este demanda. Si no espero afirmación, puedo ayudar a la demanda del otro sin esfuerzo ni conflicto” […] “Mantener una auténtica independencia interior me permitirá interesarme realmente por el otro, por sí mismo, sin comparación, tal como es, como si cada relación humana fuera una aventura constante”.
Una aventura que es utopía deseable, pues fundamenta las raíces de la que será, quizás algún día, el ideal manifiesto de una viva, sana y transparente Democracia para todos los pueblos que habiten la Tierra en libertad, igualdad y fraternidad.
Articulo publicado inicialmente en Fundación Civil