Compartimos esta nueva aportación de César de Morey. En esta ocasión aborda un tema especialmente delicado, al estar cargado de tantos prejuicios religiosos, planteamientos fantasiosos y dogmatismos científicos inflexibles.
Aborda el importante papel de las adicciones; desde las químicas, pasando por las emocionales y la más sutil de todas: la adicción a pensar, a recrear un mundo paralelo en nuestra mente, un «yo» que actúa imaginariamente como quisiera interactuar en el mundo físico; un «yo» que constantemente evalúa y clasifica a todos y a todo lo que llega a su consciencia de vida.
Por supuesto que los psicólogos que se encuadran en la doctrina científica clásica, no verán muy válidas las explicaciones sobre la razón de nuestro exorcismo ni incluso la mera existencia de dicho estado. De igual forma, los médicos tampoco aceptarán de buen grado el papel que generalmente juegan los medicamentos, que no sólo están ideados desde un punto de vista comercial para mantener la enfermedad en estado crónico, sino que en sí son sedantes, aletargantes, adormideras como el opio.
Y ¿de qué queremos aletargarnos? Esencialmente, de permitirnos ser atravesados por el dolor, por la amargura, por la tristeza, por el odio, por la ira, por todas las emociones y sentimientos que nos intimidan y bloquean; aquellas que nos han enseñado a reprimir y repudiar. Las adicciones, nos comenta César, son en gran medida un medio para mantener aparentemente adormiladas esas emociones y sentimientos, «eso» que no queremos afrontar ni permitirle voz (ni mucho menos espacio para manifestarse, y menos aún nuestro amor -nuestro amor a nosotros mismos tal y como somos- para acogerlo incondicionalmente hasta que desaparezca).
En última instancia, toda crisis y todo exorcismo se base en el poder limitante y bloqueador del miedo. No queremos experimentar el miedo a experimentar esas emociones, esas vivencias, esos recuerdos, esos estados que tanto repudiamos y tememos. Tenemos miedo al miedo que esa posiblidad de experiencia nos despierta. Pero para poder traspasar esa espina clavada en nuestro corazón, esa losa que aplasta nuestra alma, nuestro sentir, nuestro anhelo de felicidad, de paz, de plenitud, nuestro propio aliento, habremos de dar el paso de permitirnos sentir todo «eso» que guardamos «atrás nuestro» y que tratamos de adormecer con tantas y tantas adicciones como la sociedad nos provee.
El miedo último es el miedo más sanador: el miedo a la muerte. Dicen los sabios que ése es el miedo madre, el miedo que es el núcleo de todos los miedos. Pero el miedo a morir no deja de ser el miedo a vivir. Sólo experimentando, permitiendo que nos atraviese el miedo a morir -abriéndonos a esa posibilidad de permitirnos experimentarlo si así ha de ser-, podrá ser sanado por completo nuestro amor a la vida. A nosotros mismos. A la vida entera. A la magia que nos espera.
Como siempre, gracias a Cesar de Morey por compartir y aportar su conocimiento y ayuda desde su propia experiencia en todos estos temas, muchos de ellos difíciles de abordar pero que son cada vez más reclamados en esta caótica pero fascinante época en que nos ha tocado experimentar el misterio maravilloso de Ser humano en el Cosmos.