El VIAJE DE RIDDHI

La paradoja de decidir no saber y Ser feliz

Vivimos tiempos que nos exhortan a soltar creencias y seguridades que hasta hace poco creíamos inmutables.

Adentrarse en el no saber resulta una paradoja porque nada tiene que ver con adquirir un nuevo conocimiento filosófico o intelectual, sino en asumir con honestidad lo que nos enseñan a negar:

No sabemos.

Esencialmente, no sabemos qué es la vida ni si finaliza con la muerte. Por no saber, no sabemos ni cuál es la fuente de nuestra naturaleza ni el porqué de nuestra existencia.

Por eso somos educados desde niños para negar la muerte y reprimir todos los prejuicios y temores que tengamos sobre ella.

La educación no nos ayuda a conocernos, sino nos impone sutilmente un sistema de dogmas y creencias que anulan desde niño el potencial creativo de cada ser humano.

Comunismo, capitalismo, democracia, etc…

Todos los sistemas acaban degenerando si no hay una separación real de los poderes institucionales que los conforman. En todos ellos acabará instaurándose una voluntad de dominio abiertamente autoritaria o manipuladora sobre sus ciudadanos.

En bien del progreso de todo sistema social, el individuo acaba reducido a un mero engranaje cuantificable; cada persona se convierte en un número. También nos educan para que asumamos como irremediable este proceso.

La sociedad, como sistema de convivencia y explotación colectiva, está diseñada como una máquina. La felicidad del individuo es una meta de la que sólo es responsable uno mismo. El estado y su sociedad sólo pueden, en el mejor del estado, favorecer o impedir lo menos posible esta labor individual.

La vía espiritual

Podemos aprovechar también esta época para liberarnos de algunos conceptos religiosos que tanto daño nos han hecho en su siembra de odio y segregación, o de aquellos otros términos muy grandilocuentes pero huecos de vida.

De los primeros, los más dañinos pertenecen sobre todo al campo de la moral. Podemos cambiar “culpa” por responsabilidad, “pecado” por error, “castigo de Dios” por… “karma” … ¿Seguro?

Con “karma” nos encontramos con el segundo grupo de conceptos: aquellos que desprenden un aroma más espiritual, más alejado de las férreas doctrinas morales de las distintas iglesias, aunque pertenezcan de igual modo al campo de las creencias.

Algunos países y doctrinas dan por hecho la existencia de la ley del karma, que establece que las acciones que realices generarán castigos y bendiciones que recibirás en tu siguiente en tu vida; en tu persona o en las más cercanas y queridas.

Esto crea una nueva paradoja, porque implica que todo el mal que nos llegue en nuestra presente encarnación, todas las injusticias y traiciones que experimentemos en nosotros, serán consecuencia de las acciones injustas que haya realizado nuestra “alma” en vidas pasadas.

Ahora bien, si observáramos la vida desde esa perspectiva, la justicia humana no podría resolver la responsabilidad última de nuestras acciones. Por ejemplo, quien es asesinado quizás fuera asesino en una vida pasada, o quien es asesino quizás lo es porque vivió en otra vida su asesinato o el de alguien muy cercano y debe experimentarlo.

Por eso, en otras razones, la sociedad relega el “más allá” de la materia, de lo medible y tasable, al campo de las creencias.

Quizás “Dios”, la “Vida” o “Eso” ha establecido que cada “alma” o “ser espiritual” experimente todo el amplio crisol de experiencias que nos pueda brindar la vida: desde las más sublimes a las más miserables, pasando por el no menos amplio abanico de las experiencias cotidianas.

Y para ello, quién sabe cuántas vidas serán necesarias… Porque incluso quien es capaz de apurar su vida al máximo, se pierde en el camino experimentar la sensación de aburrimiento o la ansiedad de no saber qué hacer con nuestra vida, por ejemplo.

Ninguna persona puede en una sola vida experimentar todas las emociones, sensaciones y percepciones que nos brinda la experiencia de existir como un ser humano.

Tal vez por eso, como se afirma, Dios, la “Vida” o “Eso” se experimenta por medio de nosotros y juega a ser objeto mortal por un ratito en la eternidad.

Quizás todo este saber o no saber, toda la vida y muerte, todo este loco mundo sea eso: la gran broma que Dios se hace a Sí mismo en nosotros, para jugar a experimentarse en las diferentes emociones, dramas, alegrías y tristezas, glorias y traiciones. En suma, todo el mundo terrenal de luces y sombras que nos conduce suavemente desde los primeros gritos al nacer hasta la última exhalación que suceda en nuestro cuerpo.

Al final, volviendo al presente, nada sabemos de lo esencial. No sabemos quiénes somos. Como decía un sabio: “Viniste del silencio y tienes que volver al silencio. Mientras, estás bailando por un rato”.

Sólo nos queda la vida entera por experimentar (la que nos quede a cada uno). En ella podremos seguir a los demás o elegir si queremos liberarnos de todo el arsenal de pensamientos que ensombrecen la pureza de nuestros corazones; de todo el polvo de prejuicios y creencias que parasitan la fresca viveza de nuestro existir.

Para esto hace falta:

Reaprender a no saber.

Desprendernos con fe y paciencia de todas las creencias que nos inculcaron desde pequeños y disfrutar -con el sabio sentido común de nuestra madurez-, de un estado constante de “no saber” y alegre curiosidad.

Así disfrutaríamos con mayor intensidad del abanico de experiencias que nos brinda la vida: en contacto con los otros, con la naturaleza o en silenciosa comunión con uno mismo.

En una época como la actual, en que el sistema domina con todos sus frentes a una humanidad que no desea reconocer el engaño en que vive sumida, sólo nos queda a los loc@s y solitari@s recurrir a la fuente de los grandes sabios inmutables: las palabras de los maestros iluminados, la presencia de los animales y la Naturaleza, o el reino del silencio que habita en lo más profundo de cada ser.

Eso somos.

La humanidad ha de asumir su mortalidad y no ceder ante la egótica locura de supremacía de unos pocos sobre todo el planeta, incluyendo en esa creciente supremacía la esclavización psíquica de su propia especie: el ser humano que ignora que ha sido llevado a convertirse en esclavo de sí mismo.

La especie humana ha de retornar a la esencia que nos permite existir como el resto de las especies: la vida que nos es dada y nos regala permanecer respirando, latiendo, existiendo…

La honesta humildad de quien decide apartarse a un lado y repudiar las fanáticas locuras de la mente humana, comenzando por su propia mente, y se brinda a ser partícipe y benefactor de la Naturaleza, en la que es y a la que pertenece.

¿Labor colectiva, labor de otros? Quizás.

Por ahora, se trata aún de una labor voluntaria, personal e intransferible. Labor que depende exclusivamente de nuestra honestidad, humildad y entrega a una forma más sana e íntegra de vivir nuestro paso por este planeta.

Labor para nuestro día a día, en nuestro universo interior, reflejado luego en nuestra forma de relacionarnos con nosotros, las demás especies y el mundo al que pertenecemos y del que dependemos.

Quizás así viviríamos con menos presión mental.

Quizás entonces sellaríamos el vínculo con la Naturaleza, como la más amorosa y aterradora, la más sabia y estúpida, la más paradójica de todas sus especies.

Entonces sabríamos por fin que no sabemos, pero nos sentiremos en orden y armonía, unidos en la Existencia.

Plenos.

Esa es la utopía realizable.

¿Roja o azul? ¿Qué verdad eliges desde el fondo más puro e intenso de tu corazón?

 
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