Hace unos días traíamos a este espacio un fragmento de este libro. Finalizada su lectura, he querido realizar una breve reseña de su contenido. Para quien no conozca a su autor, Arnaud Desjardins fue un documentalista francés que aprovechó sus viajes a Asia para ahondar en su sabiduría milenaria, tratando de lidiar con su propio conflicto interior. Fue pionero en la divulgación de las tradiciones espirituales del «lejano mundo», trayendo a la cultura europea el testimonio y sabiduría de algunos de los venerados maestros indios, tibetanos, japoneses o sufís.
Como un testamento existencial, en este libro nos ofrece de forma sencilla y directa sus reflexiones sobre el arte/ciencia del autoconocimiento. Esencialmente, nos anima a comprender que vivimos sugestionados, y no hay mejor sugestión que aquella que ni siquiera se quiere plantear. Efectivamente, toda persona nacida en sociedad resulta condicionada por su familia, su escuela, su estado, su religión, su cultura… El primer gran paso es reconocer que estamos condicionados, aunque ni siquiera sepamos en qué medida y aspectos.
No obstante, Arnaud Desjardins no aborda la cuestión desde un punto moralista, filosófico o intelectual, sino centrándose en lo cotidiano. Por ejemplo, nos anima a comprender que el que un objeto se moje si está en el exterior y cae la lluvia, es una consecuencia inexorable que conforma una realidad fuera de toda duda. Sin embargo, el que yo me enfade porque alguien me insulte o me defraude o traicione, aunque el resto del mundo concuerde en que es lógico y forma parte de nuestra realidad humana, no deja de ser un condicionante.
Realmente, esa reacción inconsciente que vivimos como un reflejo natural nos produce más mal que bien. Lo creamos o no, elegimos reaccionar así -o mejor dicho, hemos sido condicionados para considerar natural, normal, real, reaccionar de ese modo-. Pero también podemos elegir reaccionar desde el amor; no porque seamos buenos sino porque así restamos valor a la acción de esa persona. Según sus palabras:
«Cuando alguien hace algo que les afecta son ustedes los que son afectados. Al fin y al cabo, e incluso si la persona se ha portado muy mal con ustedes, son ustedes lo que están perturbados. ¿Quieren permanecer contrariados, quieres seguir siendo desdichados? ¿Sí o no? Si no quieren seguir siendo desdichados, entonces también decidan que no quieren darle a esa persona el poder que su comportamietno tiene hoy sobre ustedes. Si llueve, es razón para que estén mojados. Pero incluso lo peor no es nunca una razón para sufrir. Se trata de dos niveles de realidad diferentes. Lo peor en la película nunca es una razón para que se estropee la pantalla. Ojalá puedan convencerse de ello y recordarlo. No estoy abogando a favor de la persona a quien van a perdonar; estoy abogando a favor de la paz de su corazón».
En sus 182 páginas se nos ofrece diferentes planteamientos prácticos que nos ayudarán a emprender la labor de no reaccionar como autómatas, evitando así un sufrimiento innecesario. Al fin y al cabo, si conseguimos anclarnos en ese estado en que no enjuiciamos -o elegimos reaccionar siempre desde la paz, desde la elección que no perturbe nuestra paz interior-, nos acercaremos a esa vivencia de unidad en la que el llamado ego desempeñe la función en la que sí es un maestro: la herramienta ejecutora de lo que sea establecido desde la paz de nuestro corazón.
«La Paz Siempre Presente» es una obra eminentemente práctica, abierta a todas las creencias (incluídos los ateos), cargada de la sabiduría inmutable que nos muestra la Enseñanza y nos permite una vida más plena, amorosa y útil.
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