Intuía que ese proceso llegaba a su fin. Sentía las palpitaciones que le golpeaban más intensamente por efecto del fluido, como si una fuente de magma estuviera a punto de romper su universo llenándolo por primera vez, bruscamente, con el diáfano contacto con la vida.
Percibió como una fuerza invisible que oprimía su cuerpo y le impulsaba hacia el principio de un pasadizo… Y salió expulsada a la luz. Y despertaron así sus sentidos.
Lo primero que vieron sus ojos fue una claridad cegadora. Luego, sintió unas manos extrañas palpando por vez primera su frágil cuerpo; y sonidos nunca oídos, y temor, y soledad, y frío.
E inspiró sin saber qué era, por primera vez. Y así, sin ser consciente, al exhalar el aire nació a este mundo; y al hacerlo, espirando, ya moría.
La muerte no da miedo: lo da el estar vivo. Y si vivir es morir, mejor vivir en paz y saber hallar, mientras, la alegría del eterno presente que nos regala la vida.
Personalmente me da más miedo no vivir la vida (loca o no 🙂 ) que vivirla…
Dicen que cuando alguien sabe que esta muriendo hay dos preocupaciones más habituales, haber roto alguna relación con un ser querido sin sentido y/o lo que pudo haber hecho y no hizo…
Muchas personas tienen tanto miedo a las posibilidades que pueden surgir si viven lo que sienten y desean, que prefieren llevar una vida «segura» -tibia y neutra- a sumergirse en el «río» de la vida. Morir sin haber vivido y darse cuenta de ello debe ser duro. Los errores, sin embargo, forman parte de este juego. No debieran ser motivo de condena; menos aún, de culpa alguna.