El VIAJE DE RIDDHI

La soledad que nos une

 

soledad

«Naces solo y mueres solo, y en el paréntesis la soledad es tan grande que necesitas compartir la vida para olvidarlo».

Erich Fromm

La palabra «soledad» suele despertar tristeza. Para muchos es sinónimo de sufrimiento, aburrimiento, vacío, fracaso, locura. Quien vive en soledad debe padecer alguna inestabilidad mental que le impide socializar.  Socialmente el solitario es un ser extraño. Quizás por eso la inmensa mayoría de las personas viven sus vidas rodeados de individuos para evitar cualquier circunstancia que les confronte con su estado natural de soledad.

De igual modo, hay personas que sienten cierta toxicidad ante la compañía de los otros. Prefieren vivir solos y aislados lo máximo posible, porque la mera presencia de otras personas agita su estado interior y rompe sin más su estabilidad. Finalmente, están las personas que siempre se sienten solas, si bien pueden compartir su soledad con otros. Soledad, ésta, que nada tiene que ver con una ausencia, con una fragmentación, con un miedo. Es la soledad que ve en el otro el reflejo de su propia soledad; que no es fragmentaria sino completa. Sabe que el ser humano, como todo ser sintiente, habita en el universo de su soledad.

El solitario realizado, por así decir, es aquel que se siente completo en su soledad, en compañía de otros y en general, en todas las circunstancias que le brinda la vida. No rehuye de los demás ni de su entorno, pero tampoco los necesita salvo para el fin puramente práctico de las necesidades ordinarias que implica vivir en sociedad.

El solitario puede serlo a su pesar -por ejemplo, por un trauma reprimido-, o bien por ciertas tendencias en su personalidad. También está aquel que lo es porque comprende que el mejor logro que puede obtener para sí mismo y para los demás es conocerse. Y este largo proceso exige grandes cotas de soledad.

Pero al margen de divagaciones y divisiones (que en los hechos no son tan fáciles de establecer), el hecho es éste: nacemos y morimos solos. Incluso nuestra experiencia subjetiva de existir es incompartible. Paradójicamente, el ser humano desprovisto de cualquier accesorio que le haga olvidarse de su soledad, acaba por descubrir que necesita del ancla de un congénere; que ante la perspectiva de una vida en absoluta soledad, la mayoría de nosotros enloquecería, como trató de evitar el naúfrago de Tom Hanks.

La radio, la televisión, los videojuegos, internet o las redes sociales, nos permiten anestesiar en algún grado esa presencia de la soledad que sentimos como una fría dentellada.  No obstante, si nos abrimos a sus aparentes «dentadas», es posible que acabemos hallando en ella a una gran amiga que nos animará a asumir el misterio de nuestra propia existencia, de nuestras aparentes creencias y certezas, de nuestra identidad.

Curiosamente, desde el momento en que le hagamos un sitio en nuestro corazón y la dejamos expresarse sin temor a afrontar las emociones y sentimientos que nos avive, sanará ella y nosotros también en el proceso. En última instancia, la soledad es sólo un término para definir un miedo rechazado por la sociedad, pero que es inherente a nuestra condición humana.

La soledad es el derecho a no saber, a no tener seguridad, y aún así, a ser feliz y agradecido por el mero hecho de poder experimentar la vivencia de existir.

Bendita soledad, bien entendida. Ella nos acercará a todas las soledades, a todos los corazones, pues en ellos verá el reflejo de sí misma.

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