El peor enemigo del hombre es el hombre.Los estados,países,asociaciones,movimientos de la índole que sean son hombres agrupados tras lo que se supone tienen en común ( llamemoslo meta, fin,objetivo o lo que sea ).
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Para que el hombre deje de ser el peor enemigo de hombre, ha de tomar consciencia del enemigo potencial que resulta él mismo para sí mismo. «Los estados, países o asociaciones» son meras herramientas para el sometimiento y poder, sostenidos por el pilar de una meta común que en los hechos resulta un ideal irrealizable. Y en el peor de los casos, herramientas que toman vida propia y acaban en monstruos «humanizados», como «Frankensteins» .
Creo que este tiempo de penurias antes de las sombras… será la manera en que los individuos que lo vivan y la humanidad en su conjunto asuma que esas sombras sólo pueden trascenderse aceptándolas y abrazándolas como presencias latentes en cada uno de nosotros y manifiestas en la sociedad.
Circula por la red un mensaje con la imagen histórica de una enorme concentración en el auge nazi, con un texto añadido en el que se llama a esa masa de población «idiotas»… ¡Y el problema es ése»! la idiotez -idiotez como inconsciencia- de no darse cuenta de que esas energías peligrosas de bajísimo nivel seguirán siempre presentes.
Siempre habrá el riesgo de locuras colectivas, donde la sociedad como producto sometido muestre como masa su más indigna y cobarde ceguera… La ceguera voluntaria que por supervivencia o bajos valores decide seguir la farsa y guardar silencio.
Sin ir más lejos, corren tiempos en que esas posibilidades latentes puedan llegar a consolidarse, convirtiéndose en realidad a través de un líder lunático que refleje el alter ego de una sociedad tan perdida como desesperanzada. Por eso creo hay que atravesar estos desagradables terrenos… porque son el sendero que señala que el inicio de los albores de la bondad se haya próximo.
Sucede que hablar de estas cosas -en especial para personas que como yo no hemos leído a Jung salvo en frases de Facebook-, a juicio del lector las sombras inconscientes persisten hasta detrás de las palabras. Esa enemistad, esa sombra, esa miedo, amplía nuestros límites cuando somos capaces de aceptarla y, poco a poco, llegamos a desprendernos de ellas.
Un hombre sólo en una isla acabaría por mostrarse ante sí mismo su peor cara. ¿No es en esencia, cuando estamos a solas, lo que nos molesta? El miedo teñido del misterioso encanto de las sombras. Y mientras, eternamente paciente, el «ángel bueno de nuestra naturaleza», atento a la experiencia de nuestro drama personal (drama en cuanto recreación sentida pero teatral del juicio emocional de nuestra realidad), nos alienta y espera la llegada a su encuentro.