Muchos eruditos reconocidos en sus ámbitos de estudio sobre el ser humano, resaltan que la sociedad ejecuta siempre una función de adiestramiento de las personas a costa de reprimir lo sublime de cada individuo. La sociedad nos hace más adaptables a la convivencia productiva, pero no más abiertos de mente para permitir la libertad del otro, para honrar y respetar su singularidad, por hiriente, chocante, ridícula o incomprensible que inicialmente nos parezca; para tratar al otro, como mínimo, con el mismo respeto con que nos tratamos a nosotros mismos.
También afirman estos estudiosos del comportamiento humano, que las personas más sensibles -a las que más daño pueden llegar a hacer los barrotes invisibles de los prejuicios que nos inculcan desde críos-, suelen ser las más indefensas y débiles ante las burlas y juicios de los demás… El Arte, en estos casos, suele ser una mágica vía de expresión, barriendo de un plumazo todos los efectos paralizantes con que a veces se embota el cuerpo, fruto de la autorepresión ante un mundo que ellos «hiperperciben» como «extraño», «caótico», «innatural», «agresivo». En general, cada ser humano vive dos vidas, y la más rica en matices y contenido suele ser la que guarda para sí.
Siendo como es aún un misterio, el autismo da a veces prueba de esta hipersensibilidad que bloquea la capacidad expresiva y socializadora del individuo -generalmente por alteración neurológica más que por consecuencia de ningún trauma-. Aun así, en estos casos es donde más evidente se hace la naturaleza más viva, más auténtica, más pura del arte respecto a la esencia de la vida. Y el hecho -ninguneado por todas las sociedades-, de que cada ser humano guarda un talento que podía ser una bendición para todos.
Que disfruten de este ejemplo. Buen fin de semana.