«Erase una vez un viejo Rey que habitaba en un palacio. En la sala principal había una mesa dorada, en cuyo centro brillaba una enorme y magnífica joya. Cada día de la vida del Rey, la gema relucía en forma más resplandeciente.
Un día, un ladrón robó la joya y huyó del palacio, escondiéndose en un bosque. Mientras contemplaba la piedra con profunda alegría, vio con asombro que la imagen del Rey aparecía en ella. «He venido a agradecerte» dijo el Rey.” Me has liberado de mi apego a la Tierra. Creí que estaba libre cuando adquirí la joya, pero entonces supe que sólo me vería liberado cuando, con un corazón puro, la entregara a otro».
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