Lo que más deslumbra de esta sencilla película es su honestidad y pureza.
En un mundo saturado de moralina puritana en las artes, resulta refrescante que aborde la soledad y la empatía humana sin caer en los clichés.
Aunque su cartel pueda sugerir una obra teatral, la trama se desenvuelve en diversos escenarios, destacando por sus personajes, sencillos y conmovedores, cuya cercanía puede resonar en cualquier ser humano, en todo el mundo. De ahí su impresionante aluvión de premios y nominaciones (ver aquí).
El argumento es minimalista, siguiendo la vida de un profesor envejecido, una jefa de cocina abrumada por la reciente pérdida de su hijo en Vietnam, y un joven aparentemente mimado y rebelde, que resulta ser mucho más complejo de lo que aparenta.
La película respira humanidad y sinceridad, sin intentos de empoderamiento, denuncia o juicio. Simplemente muestra a tres personas lidiando con el dolor de la soledad, acentuado durante las festividades navideñas.
El encanto de la producción radica en su atmósfera, que parece haber surgido de la conexión entre los actores durante el rodaje. A pesar de ser una película estadounidense, es sobria y rica en detalles y matices, con actuaciones destacadas tanto de los protagonistas como de los secundarios.
Es una obra que invita a quedarse unas horas para disfrutarla. No se arrepentirá. Seguramente saldrá con una renovada esperanza en la humanidad, un verdadero tesoro en estos tiempos.