LAGO NAIVASHA
Nos recibió el lago Naivasha un día gris y caluroso. Pertrechados con chalecos salvavidas (a pesar de que el nivel del agua apenas nos llegaba al pecho), pudimos contemplar águilas y cebras. Tras un largo viaje hasta Kenia, fue nuestro primer encuentro con la naturaleza salvaje que África nos prometía.
RESERVA MASAI MARA – SERENGETI
Al día siguiente conocimos un poblado de masáis. Considerado como “los gitanos de África”, han sabido mantener y hacer valer sus tradiciones en los distintos países en que fue dividido su territorio. Junto al cuidado tradicional de sus vacas (que consideran sagradas y les permiten su sustento), el turismo ha ido convirtiéndose poco a poco en una fuente importante de ingresos. La representación que nos hicieron con cierta dejadez de sus danzas, no dejó de impresionarnos. Tras los bailes nos mostraron algunas de sus chozas, construidas con los excrementos de su ganado y que consistían en tres pequeñas oquedades y una fogata en el centro. En unas de las paredes, un minúsculo respiradero no impedía que el aire nos resultara irrespirable.
Continuamos recorriendo el Seregenti, “la llanura sin fin”. Su belleza, su majestuosidad, su inmensidad, nos permitió contemplar toda clase de animales salvajes viviendo libres en su medio. Contemplamos manadas de hipopótamos, de cebras, ñus, búfalos… Vimos jirafas, familias de elefantes y un rinoceronte y su cría, que no dudaron en despejar de su ruta a una manada de búfalos. Y de camino al campamento, un nuevo atardecer puso el broche al día.
LAGO VICTORIA – SERENGETI
Nos despertamos de madrugada y pudimos contemplar el amanecer desde el Seregenti: una de las mejores experiencias del viaje. Partimos temprano y recorrimos pueblos y más pueblos. Así, disfrutando durante el trayecto de la perspectiva en lo alto del camión, recibimos saludos y devolvimos saludos; y en ese dar y recibir percibimos una humanidad más espontánea y viva. Mucha felicidad honesta en los rostros de las personas. Y mucha pobreza.
Llegó el momento de atravesar el Lago Victoria, dándonos cobijo en una de sus islas -con aves, infinidad de aves, y una horda inimaginable de mosquitos-… y otro bello atardecer. Y tras la cena, algunas conversaciones al abrigo de una fogata.
Despertamos con la visión de las águilas posadas en la costa, bebiendo agua del lago, justo enfrente de nuestro campamento. Ese día visitamos un poblado cercano de pescadores. A través de sus viviendas de hojalata nos mostraron cómo secaban los pescaditos al sol, cómo recogían sus barcas y cómo tasaban y limpiaban su pesca. Fuimos invitados también a su humilde escuela y a acompañarles en un cántico de bienvenida de sólo tres sílabas: “Ia-ya-ya”. Más tarde nos acompañó un arco iris y niños y más niños; cándidos la mayoría y algún que otro pillastre… Y tras pasar la tarde libre, para descansar de tanto viaje, cerró el día un atardecer solitario entre aves.
Nuevo amanecer y “supermadrugón” (4:30). Dejamos el Lago Victoria aún de noche y retornamos a la llanura tostada, verde y viva, con ese cielo azul intenso y el peregrinar de nubes blancas. En esa jornada observamos a los buitres y a las hienas manchadas. Y a un imponente león, tumbado con elegancia felina sobre una pequeña loma, con su pelaje bailando al son del viento como la hierba en el horizonte. Vimos también en la lejanía, leopardos y guepardos, y leones copulando, y monos, y más ñus y más cebras…
Aún nos quedaría la visita al Crater del Ngorongoro y a su incomparable entorno. O el viaje en avioneta hasta Zanzibar, visitando Stone Town, una de las ciudades históricas más bellas de Africa (Patrimonio de la Humanidad) o las famosas playas de Jambiani y Bewjuu, con sus tonalidades esmeraldas, el encanto de las mujeres pescadoras recolectoras de algas o el restaurante la roca… Mejor verlo en video.
CONCLUSIÓN:
¿Recomendaría este safari mochilero en camión por 2000 kilómetros de espacios naturales en África?: sin duda. Es un viaje a realizar por todo aquel que sienta amor por los animales, la vida y la naturaleza.