«Desde la posición en que la observaba -tumbados en la hierba, con la cabeza apoyada sobre sus rodillas-, la visión de su sexo acrecentaba la belleza de su sonrisa.» El viaje de Riddhi
El sexo -todos lo hemos vivido- es goce, ternura, pasión, suspiros, abrazos, risas, besos; es un dejarse ir, un sentimiento de fluir, ajeno por completo a los dictados de esa voz mental que habla en nombre de quien creemos ser.
El sexo es un oasis en medio de esta locura en la que nos vemos envueltos nada más nacer. El ser humano, por haber aceptado las ideas y creencias de otros individuos de su especie, es el único ser vivo que se avergüenza de su sexualidad; de su energía: de su fuerza. Y al intentar reprimir lo que forma parte tan íntima y profunda de nuestra naturaleza, comienzan los problemas.
Una sociedad que fomenta en sus medios las imágenes violentas y la actitud agresiva, y sin embargo, censura la sexualidad -hasta la simple visión de los órganos reproductores-, no da sólo señales con ello de sostenerse sobre una base hipócrita, sino lo que es peor: muestra el síntoma evidente de una percepción enfermiza y distorsionada de lo que el sentido común considera reflejo natural en el resto de las especies.
Es revelador el hecho de que los niños no sientan vergüenza en mostrar sus órganos sexuales; y es triste que le enseñemos -como nos enseñaron a nosotros- a sentir culpa por ello; como solía decirse hace un tiempo, se les enseña “a taparse las vergüenzas”.
Cualquiera de las tribus indígenas que pueblan las regiones inhóspitas del planeta y que no viven en el desarrollo y el conocimiento del que nosotros disfrutamos, gozan de una actitud plena, abierta y espontánea hacia la vida, lo que les permite fluir sin conflictos en las necesidades propias de su naturaleza.
Sólo las civilizaciones que han aceptado plenamente la realidad de la muerte y la sexualidad, han llegado a conocer los misterios paradójicos del mayor don que nos da la existencia, y que en nuestro lenguaje encerramos en cuatro hermosas letras: VIDA.
Como sociedad, hemos olvidado vivir de forma natural: gozosa y en armonía con los seres que nos rodean, aceptando nuestras propias necesidades sin tabúes ni complejos. El sexo, vivido como un hermoso don, puede ser una vía tan válida como la meditación para recuperar nuestra esencia, nuestra “felicidad”. Es cierto que el ambiente deshumanizado de una gran ciudad poco ayuda a redescubrir el espíritu natural de la existencia; como tampoco ayuda la sociedad en la que hayamos nacido (pues tratará de inculcarnos sus valores y sus normas, sin tenernos muy en cuenta como individuos; de hecho, reducirá nuestra identidad a un nombre, un número y un rostro…) Sin embargo, al fin y al cabo, lo que hagamos con nuestro mundo interior -y con nuestra vida- siempre será responsabilidad nuestra.
La vivencia del sexo puede volverse desde depravada hasta sublime; depende de cómo cada cual lo viva y sienta… Elevado al amor -al goce compartido, al juego cómplice, a la unión sin barreras- es una maravillosa experiencia que nos desborda y nos muestra, en ráfagas, el inefable misterio que el sueño vela.
«el acto amoroso debe ser como una danza, no como una lucha. Debe ser más musical, como si los dos cantasen a la vez una melodía armoniosa, como si creasen juntos una atmósfera en la que se disuelven y llegan a la unidad»
La Creación es un acto de amor. Por eso el hombre cuando ama es Dios.
Saludos desde el mar del sur:
Bet
Por eso el orgasmo es una forma de vivir a Dios… o a Eso… o Aquello (a Lo innombrable) El orgasmo nos hace olvidarnos unos instantes de nosotros; nos absorbe, como seres independientes, de nuestro entorno, del espacio, el tiempo y las formas. Son sólo ráfagas, relámpagos que nos hacen vivir vislumbres de eso que llaman la «eternidad».
Instantes eternos 😉
Saludos y gracias por este comentario y por tus palabras de mi isla.
Namaste