El VIAJE DE RIDDHI

«Silencio», de Martin Scorsese

Silencio

Si bien cualquier comparación resulta no sólo odiosa sino injusta, nos encontramos  con una obra exquisita; a nuestro parecer, a mitad de camino entre «La Misión» y «Apocalpyse Now».  Basada en una novela homónima de Shūsaku Endō, narra la extrema peripecia vital de dos sacerdotes portugueses que se adentran en el Japón del siglo XVII  en busca de su gran mentor, acusado  de apostasía. Liam Neeson encarna a este lider espiritual que ha renunciado de sus creencias religiosas (y cuyo papel, excelente pero breve, debiera relegarlo del protagonismo en el cartel de la película salvo para razones comerciales -pero ése es otro tema).

Andrew Russell Garfield asume el papel protagonista en el personaje de uno de los sacerdotes que realizan este duro viaje físico e «interior». Se adentran en un Japón que guarda tristes paralelismos con la Inquisición española, donde rechazan cualquier presencia de la doctrina cristina, degradándola, y exterminan a cualquier persona que la comulgue.

Es este tramo el más interesante y extenso de la película: cuando la vida pone a prueba las convicciones de los dos sacerdotes en comparación con la fe de los fieles japoneses; algunos de los cuales prefieren morir antes que renunciar a su fe cristiana, tal como les sucedió en Europa a los cátaros.  Pero a diferencia de la lealtad de los cátaros, aquí nos sumerguimos en un ambiente de desarraigo interior que, a quien no le llame el tema, es muy posible que resulte desagradable, si no aburrido… A nuestro parecer es aquí donde se plantean sin enunciarlas, algunas preguntas existenciales humanas ajenas a las limitaciones que imponen las doctrinas.

Finalmente el jesuita portugués encuentra al «Coronel Kurtz», al sacedorte Cristóvão Ferreira en la piel de Liam Neeson. No queremos desvelar lo que allí sucede, pero sí supone un planteamiento de cómo la mente racional puede tratar de justificar todo lo imaginable; especialmente si hablamos de mentira, traición, cobardía o miedo.

Una historia muy bien expuesta que deja un sabor agridulce, con una amplitud y profundidad en su puesta en escena que la hacen digna de ser vista. Su moraleja final -que no resta todos los profundos vértices que nos plantea en su desarrollo-,  podía resumirse en el refrán  «el hábito no hace al monje», o «la fe ha de arraigarse en lo profundo para que se mantega firme ante las inclemencias externas».

Sin ser una película religiosa -aunque toque de lleno el tema-, esta obra nos invita a plantearnos -sin preguntárnoslo abiertamente-, cuestiones inmutables y quizás irresolubres -al menos desde la mente- sobre la esencia de nuestra naturaleza humana.

 

 

 

 

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