Amar es buscar y ser buscado al mismo tiempo
“Confesiones de una máscara”, Yukio Mishima
Neale Donald Walsch es autor de la trilogía “Conversaciones con Dios”. Según afirma en su prólogo, “no se trata de un libro escrito por mí, sino que me ha «ocurrido» a mí. Y, cuando lo lea, le «ocurrirá» a usted, ya que todos alcanzamos la verdad para la que estamos preparados”. En esta obra, su función consistió en transcribir concienzudamente los mensajes que iba recibiendo de una “voz” interior, como respuestas a una serie de preguntas existenciales que se planteó en un momento catárquico de su vida. Traducida a más de treinta idiomas, su contenido toca lo inmutable en el ser humano, más allá de culturas, razas o lenguas.
En “Conversaciones con Dios”, Neale Donald Walsch describió con sencillez y cercanía un concepto del que suele hablarse en casi todos los ámbitos de lo humano -incluido este blog-aunque en el lenguaje comparta muy distintas y variadas acepciones sobre su naturaleza. No sé si desde un punto de vista esotérico será una interpretación acertada, pero sí que resulta viable al sentir de cualquier persona, sean cuales sean sus valores y creencias.
“El alma no es sino el más alto sentimiento de amor que puedas imaginar”[…]”El alma es el sentimiento. Ya posee el conocimiento pero éste es conceptual; mientras que el sentimiento es experimental. El alma quiere sentirse a sí misma y, por lo tanto, conocerse a sí misma en su propia experiencia”…” El sentimiento es el lenguaje del alma”
Me costó mucho inicialmente abordar su lectura, pues cada vez que leía la palabra “Dios” no podía evitar asociarla como concepto a la imagen de un ser juzgador y al nefasto sentimiento de culpa, tan propio del sistema de creencias de algunas religiones. Según avanzaba en el relato de las vivencias externas e internas del autor, mayor significado adquiría para mí la palabra “Dios” como analogía de “amor incondicional”. Me permitía así renunciar a etiquetar en un ser o en un concepto moral a esa voz interior que imaginaba en mí como reflejo de la que leía en el libro, e intentaba asociarla a la experiencia real de un sentir.
Tras unos años de búsqueda tan irregular como infructuosa (búsqueda que no deja de ser paisaje del camino) -renegando de las creencias católicas inculcadas por los curas en la infancia, atravesando un ateísmo destructivo en la juventud (soterrado posteriormente por un cómodo agnosticismo)-, este libro constituyó una nueva oportunidad en mi vida para intentar recobrar el contacto con ese sentir, anulado hasta la “impercepción” por miedo y resentimiento.
El camino para comenzar a sanarme a través de esa recobrada percepción, transitó irremediablemente en sus inicios por intentar asumir, sin juzgar, las sombras de mi mundo interior hasta donde me lo permitía mi escaso valor. Intentaba sentir en tales momentos Su presencia: pedir ayuda a “Dios”, tal y como comenzaba a comprenderlo -como un sentir más que como un ser- y aprender a intentar perdonarme con humilde autenticidad, comenzando por lo que resultaba menos difícil -los pequeños errores cotidianos. Intentaba distanciarme así de la soberbia, disfrazada de magnánimo perdón moral, que concede el que cree que por practicar ciertos rituales religiosos se halla más en sintonía con el mágico fundamento de la Vida: el misterio existencial del amor incondicional. Dios, en suma.
Dios como el amor que perdona y nos perdona: amor que comprende que por encima y por debajo de la soberbia y el orgullo que nos impele a actuar de una manera ofensiva, cobarde o hiriente, existe la mano humana de la imperfección recubriendo una naturaleza esencialmente sensible y compasiva; aquella que late en cada ser humano. El amor que comprende el sinsentido de herirnos con el dolor que nos causa el juicio ajeno, y la necesidad de la acción sanadora del perdón otorgado a los demás como vía para recibirlo uno mismo… por Sí mismo.
Finalmente, dos frases de “Conversaciones con Dios” merecedoras de ser meditadas, creamos o no en eso que llamamos “alma”.
“Cuando has dejado de ver a los otros como almas sagradas en un viaje sagrado, no puedes ver el propósito, la razón esencial que se oculta tras toda relación. “
“En el momento crítico de toda relación humana, sólo hay una pregunta válida: ¿Qué haría el amor?”
Hay otro libro que también ha repercutido profundamente en la vida de muchas personas; se titula “Curso de Milagros”. A pesar de que su título pueda distanciar a lectores potenciales, tal y como me ocurrió en su momento, su contenido guarda inicialmente más similitud con el método Da Silva de Control Mental que con un libro religioso. Al igual que “Conversaciones con Dios”, fue escrito por medio del “dictado interior”, tal y como definió Helen Schucman, catedrática de psicología y “autora” del mismo, el proceso de canalización con -según afirma- la esencia de Jesús el Cristo.
En esta obra, como si de un koan visual se tratara, aparece esta frase -entre otras, bellas, sabias y profundas:
El perdón es el eje tonal del universo.
Entre la variedad de interpretaciones a las que se presta esta máxima, podría decirse que el perdón es la vía que nos permite descentrar la atención en la interpretación de nuestro universo personal, para que ésta pueda volver a posarse en el sentir donde sucede la vida: en la intemporalidad del presente. En ese sentido, nuestra incapacidad para perdonar es proporcional a nuestro nivel de resentimiento y por tanto, de nuestra desconexión con el presente (el único tiempo real, donde suceden las cosas en el mundo de las formas).
Es comprensible que juzguemos el proceder de los demás; a veces, lamentablemente, con saña y generalmente con evidente ligereza -“evidente”, porque evidencia la nuestra. Pero aunque sea por todos comprensible como rasgo universal de la conducta humana, es precisamente ese juicio lo que nos daña; no tanto el que nos hacen los demás -que al fin y al cabo, lo hacen bajo su perspectiva subjetiva de quien suponen es la persona a la que juzgan (y que normalmente en su juicio enjuician más a su propia persona)- sino el que nos permitimos realizar sobre la conducta ajena y propia.
Supongo que como sucede con el mundo de lo interno, esos sentires que se muestran a todo aquel que se aproxime a sí mismo con mente y corazón abierto forman parte del eterno misterio de los misterios. Y es que en esencia, ponerse a meditar quizás sea algo tan simple como sentirnos sin enjuiciarnos, en calma y silencio. Y en calma y silencio, sentir Eso.
Los libros y las enseñanzas nos escogen y señalan según nuestros gustos y criterios. La experiencia personal, se juzgue como se juzgue, es el don que la Vida nos regala. Por eso la verdad siempre vendrá como experiencia.
Bueno Juan, este artículo es que me gusta de veras :)Sinceramente me gusta como escribes y cada vez lo haces mejor.
Cuando voy a comprar un libro, me encanta jugar a ser escogida por el libro y tengo que reconocer que funciona. Bueno, hay veces que me escogen varios a la vez :)por eso ultimamente no voy donde haya libros cerca…
Un abrazo y sigue escribiendo Juan
Gracias por tus palabras, Isabel.
A mí también me sucede lo mismo. Me dejo llevar por los títulos, portadas, etc., y si me llama, abro el libro y leo al azar o bien el índice.
De igual modo, hay ocasiones en que leo varios libros «intercalados», si bien hace tiempo que me ocurre lo contrario y apenas leo. Supongo que son sólo ciclos.
Un abrazo,
juan