Con unos personajes un tanto esperpénticos, «Tres anuncios en las afueras» («Tres anuncios por un crimen», en Latinoamérica) nos sumerge en un imaginario pueblo de la «América más profunda», donde la pobreza y los prejuicios raciales conviven en una existencia tan cotidiana como «funesta».
En ese ambiente nos encontramos con la protagonista -eje y timón de la pelicula-: la actriz curtida en cine y teatro, Frances McDormand. Se trata de una mujer cuya hija fue salvajemente asesinada y violada; solitaria tras separarse de su marido por malos tratos, convive con su hijo, afectado también por el drama.
Reconcomida en su odio y dolor, tras varios meses sin que la policía haya podido dar ningún paso en la resolución del caso (excelente papel también y contrapunto de la protagonista, el del jefe de policía, Woody Harrelson), nuestra protagonista encuentra durante un paseo en carretera por una vía en desuso, la idea para evitar que el caso de su hija muera en el olvido. El resto es historia, la historia de la película que preferimos no desvelar.
El film comienza poniéndonos en situación con la sorprendente idea de la protagonista -la de usar tres vallas publicitarias para que se retome el caso de su hija- . A raíz de ahí, van surgiendo las reacciones de los distintos personajes de la trama; la mayoría, vecinos del lugar. Todos -especialmente ella- tienen un punto estrambótico que los sitúa más en la comedia de los hermanos Cohen que en una crónica con pretensiones «serias».
Tres ideas o moralejas destacan a nuestro entender dentro de su trama. Una, el poder del odio para amargarnos la existencia, nublarnos el juicio y meternos en toda clase de problemas. Otro, el poder de movilización social que puede irradiar una persona cuando actúa bajo una profunda motivación. Finalmente, por medio especialmente del jefe de policía y de su traumatizado ayudante, la película también nos enseña que a pesar de las apariencias y los roles de comportamiento, todas las personas lidian sin excepción con su propia sombra, con su propio conflicto personal, con su propias heridas que quizás acoracen o aparentemente maten en vida la bondad de un buen corazón.
Lejos del amor romántico que muestra por ejemplo «la forma del agua», esta película nos enseña un amor más común; el que puede convertir a un policía patán e incompetente en un buen detective, como señala a su atribulado ayudante en una de sus cartas, el jefe de policía.
Una película que no quedará como obra maestra pero que mantiene el interés del espectador con una singularidad contenida y honesta.