El artículo «Una fábrica de monstruos educadísimos» de Viktor Frankl reflexiona sobre cómo la educación, al centrarse solo en el conocimiento técnico, puede generar individuos altamente formados pero carentes de humanidad. Basado en su experiencia en los campos de concentración nazis, Frankl advierte que la educación sin valores éticos no previene la barbarie. Su mensaje sigue vigente, de rabiosísima actualidad hoy en día, cuestionando un sistema educativo y social que olvida lo esencial: el desarrollo moral y la búsqueda del sentido humano en la vida.
«Hoy me escribe un joven y me dice: «Estoy harto de una educación basada en el miedo y la obediencia ciega. Para mí, si la educación no nos ayuda a ser felices y a vivir con libertad, entonces no es más que un sistema para fabricar esclavos».
A pesar del tono de su queja juvenil, hay mucha verdad en sus palabras. Cuando tantas personas terminan rechazando la educación que han recibido, es evidente que algo en el sistema no está funcionando.
Uno de los recuerdos más impactantes de mi vida ocurrió cuando era apenas un adolescente. En 1918, tuve la oportunidad –o la desgracia– de visitar un campo de concentración. En aquel entonces, estos lugares apenas comenzaban a salir a la luz, y aún no se hablaba de ellos como ahora, cuando han sido retratados en incontables películas y documentales. En aquellos años, el simple descubrimiento de su existencia podía destrozar la mente de un muchacho. Pasé varias noches sin poder dormir.
Sin embargo, más allá de los horrores que vi, hubo algo que me marcó profundamente. Leí el testimonio de una maestra que había estado prisionera en aquel campo. Decía que las cámaras de gas fueron diseñadas por ingenieros altamente capacitados, que las inyecciones letales las administraban médicos con títulos y que enfermeras competentes eran quienes asfixiaban a recién nacidos. Hombres y mujeres con estudios superiores, personas con educación «impecable», habían cometido estos actos sin pestañear.
La maestra concluía su relato con una reflexión que no he podido olvidar: «Desde que comprendí esto, me pregunto seriamente qué clase de educación estamos impartiendo».
Esto me lleva a pensar que el conocimiento académico, por sí solo, no garantiza una sociedad más justa ni personas más humanas. La historia ha demostrado que pueden existir monstruos altamente educados; educadísimos… Un título no asegura ni la felicidad de quien lo posee ni la bondad de sus actos. No hay una relación automática entre un mayor nivel cultural y una sociedad más pacífica o equilibrada. La barbarie no es necesariamente fruto de la ignorancia; también puede ser cultivada por la educación cuando esta carece de valores esenciales.
No quiero que se malinterprete mi mensaje. No estoy diciendo que la educación sea inútil o que los jóvenes deberían abandonar sus estudios. Pero sí me asombra que, durante todos los años de escolaridad, a los niños y jóvenes se les enseñe de todo excepto lo más importante: cómo ser felices, cómo amarse y respetarse unos a otros, cómo afrontar el sufrimiento sin miedo, cómo encontrar sentido a la vida.
No tengo nada en contra de las matemáticas ni del griego, pero qué maravilloso habría sido que mis profesores, además de enseñarme fórmulas y fechas, me hubieran compartido sus experiencias de vida. ¿Por qué nunca supe quiénes eran realmente mis maestros? ¿Cuáles eran sus sueños, sus fracasos, sus esperanzas?
Nunca me abrieron su alma.
Eso hubiera sido considerado una «pérdida de tiempo». Lo que importaba era que memorizara datos, que aprendiera a resolver ecuaciones y analizara textos clásicos. Pero lo esencial, lo que realmente da sentido a la vida, tuve que aprenderlo por mi cuenta, muchas veces a través del dolor y la experiencia.
Sé que ciertas verdades solo pueden descubrirse viviéndolas en carne propia, pero al menos podrían habernos ahorrado la mentira de que lo importante era lo que nos enseñaban en los libros. De nada sirve tener un título de médico, de abogado, de cura o de ingeniero si uno sigue siendo egoísta, si luego te quiebras ante el primer dolor, si eres esclavo del qué dirán o de la obsesión por el prestigio, si crees que se puede caminar sobre el mundo pisando a los demás.
El mundo ha avanzado a pasos agigantados en conocimiento, tecnología y ciencia, pero sigue siendo un principiante en valores humanos. Tal vez la clave de este problema radique en un sistema educativo que ignora lo esencial… y que luego se sorprende cuando los jóvenes rechazan aprender lo que debiera ser esencial: ser personas educadas y humanas».

El artículo «Una fábrica de monstruos educadísimos» de Viktor Frankl reflexiona sobre cómo la educación, al centrarse solo en el conocimiento técnico, puede generar individuos altamente formados pero carentes de humanidad. Basado en su experiencia en los campos de concentración nazis, Frankl advierte que la educación sin valores éticos no previene la barbarie. Su mensaje sigue vigente, de rabiosísima actualidad hoy en día, cuestionando un sistema educativo y social que olvida lo esencial: el desarrollo moral y la búsqueda del sentido humano en la vida.