Hace unos años, afirmar que vivíamos los inicios de una crisis era considerado como un gesto de catastrofismo. Sin embargo, en menos de un lustro, el desplome de valores, instituciones y paradigmas que antes tenían la consideración de verdades inmutables ha sido más que evidente. Actualmente estamos inmersos en esta fase del proceso: el antiguo sistema de valores existenciales, sociales, políticos, científicos o económicos se agita en medio de su caída, tratando inútilmente de reafirmarse y evitar así su desmoronamiento.
Algunos países, instituciones, organismos, grupos e individuos son conscientes del curso de esta realidad y ya trabajan de cara a forjar lo que será una nueva era en nuestra historia. “Todo pasa”, y este periodo de revulsión global que apenas ha comenzado, acabará por hallar un nuevo cauce y un nuevo sistema. La duda está en saber si ese tránsito que en sí es una muerte, conllevará grandes sacrificios y pérdidas para el grueso de la humanidad, para el resto de seres vivientes o incluso para el Planeta.
Las teorías son esencialmente dos; ambas, catastrofistas en apariencia. Una apuesta por un gran crisis mundial que acabará en guerra. De ser así y si llega a abarcar a toda la Tierra, es más que probable que se cumpla esta afirmación de Albert Einstein: “No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, sólo sé que la Cuarta será con piedras y lanzas”… Esta drástica alternativa serviría para erradicar el problema exponencial de la superpoblación, como la globalización neocapitalista y el saqueo y envenenamiento de los recursos naturales que hacen posible la cada vez más escasa biodiversidad en el Planeta. En lo tecnológico, esta vuelta a piedras y lanzas sería una involución, pero en términos de nuestra especie, sería una vuelta a los orígenes tras una dura cura de humildad en forma de expurgación. Esta vuelta a los orígenes se plasmaría en un realineamiento con la matriz natural, que sólo nos exige el respeto de nuestro estado de interdependencia con la Tierra en su conjunto y con el resto de seres vivientes. Sería metafóricamente, como la vuelta de hijo pródigo al mundo, asumiendo su estatus de animal más desarrollado dentro el eslabón natural, así como su labor creadora en el orden evolutivo de las especies.
Algo similar ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial cuando la mayoría de los países comprendieron la necesidad imperiosa de crear organismos internacionales que velaran por la humanidad e hicieran imposible que ningún líder ni país volviera a enloquecerse y perdiera “el ángel bueno de nuestra naturaleza”… Lamentablemente fueron suficientes unas pocas generaciones que no vivieron el horror de esa Guerra, para que ese vivo y noble propósito deviniera en inertes estructuras burocráticas.
La otra teoría señalaría al inevitable desplome del actual sistema global económico y financiero. El desplome del “progreso”, entendido como una constante competición en una eterna carrera de ambición y superación entre países y empresas, independientemente de lo que estos retos de producción puedan afectar a la vida de miles de personas o a la salud del Planeta. “Progreso” entendido en la población masiva como consumismo de objetos de deseos en una ilusoria deificación de la juventud a toda costa.
Quizás el hombre dé un paso más allá y aspire a la unificación. La unificación de la ciencia y la religión en una realidad que las trascienda. La unificación que en gran medida señala, o al menos abre el camino, la realidad holística y cuántica. Una realidad que sea una sola energía, una sola inteligencia y una sola vida manifestada en la infinitud de formas que pueblan nuestra existencia. La misma energía e inteligencia que desarrolla a una zarza, un pájaro, un ser humano, una montaña, un río, un planeta o al Cosmos en su insondable presencia. Una realidad que no quede en poesía sino que realmente sea foco de experiencia.
Es la misma realidad que hace siglos hizo considerar a los indígenas que la Tierra era su Madre; y a la inteligencia que regía todo el Cosmos, la llamaban Gran Espíritu. Nuestra Era de la Razón ridiculizó en su ignorante soberbia estas realidades, al igual que a los pueblos aborígenes que tenían conocimientos astronómicos y geotérmicos cuando nuestra civilización aún creía que la Tierra era plana y se desbordaba en abismos… El abismo del miedo. El abismo de reconocer que no sabemos. Aún no sabemos, pues aun cayendo en lo escatológico, ¿podemos reconocer y aislar como seres pensantes, evolucionados y racionales, cuál es la franja de nuestra inteligencia que ejecuta los procesos digestivos que forman nuestros excrementos?… Somos incapaces de tener acceso consciente siquiera a esa inteligencia. Si esto es así, ¿no entra dentro de lo razonable que exista una Inteligencia Única –a la que pertenecemos y de la que dependemos todos- y que sea responsable del equilibrio constante de la Existencia?
Algunos afirman que esa Inteligencia y esa Energía conforman el Amor. El misterio del Amor, entendido con el espíritu expansivo con que la Vida se da a sí misma y de la que, según afirman los sabios, somos los humanos su máxima expresión, al menos en la Tierra. Somos la especie más cercana a la perfección de esta trinidad que es vida manifiesta. Está en nuestras manos asumir nuestra responsabilidad ante la vida, incluyendo a nuestros congéneres más desfavorecidos. Es más: quizás cuando traspasemos las barreras de estos miedos, comprenderemos perfectamente que trabajar por unificarnos en favor de la paz y el equilibrio en la existencia es, junto a nuestra responsabilidad, el honroso compromiso por redescubrir nuestra auténtica naturaleza.
Si observamos la historia de la humanidad, comprobaremos que efectivamente el hombre siempre ha sido para el hombre y el resto de las especies un tirano, si no un loco… Pero el hombre y su sociedad no es la vida como realidad cosmológica. No hace falta encender la televisión para saber que desde la sociedad se nos enseña a asociar la vida con la violencia y el miedo. Pero la vida que da origen al cosmos, mi vida, esta vida que es amor, energía e inteligencia, ¿ actúa para ayudarme a sanar y evolucionar o para tratar de hacerme daño, como nos enseñan? ¿Podemos confiar en el amor de la vida?
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