Imagen tomada hoy desde el Teide, el pico más alto de España, en un hermoso amanecer.
«Cristo es el nuevo sol», por Ramón Guillén
Dejados tras de sí los días de celebración de la pasión y muerte de Cristo resucitado, algunos católicos amantes de la cristología y la soteriología ―como servidor― echamos de menos una distinción por parte de las autoridades eclesiásticas, de las tres divisiones que podríamos obtener de Jesucristo: el «Cristo lunar de la fe» (el celebrado en Semana Santa), el «Jesús de la historia», y el «Cristo solar o esotérico».
En este sentido, da la sensación que cualquier intento de reivindicar la figura solar de Jesús el Cristo, opuesta tanto a la del Cristo lunar predicada por Saulo de Tarso como a la del Jesús de la historia, ha de darse de bruces, no únicamente con la oposición, o, cuando menos, reticencia de la Iglesia Católica, sino también con la de los mismos cristólogos e historiadores católicos, quienes rechazarían así mismo una figura gnóstico-esotérica de Jesús el Nazareno basada en el mito, la alegoría y el símbolo.
A mi entender, como cristiano católico, el interés del esoterismo por reivindicar su propia figura de Cristo es también perfectamente lícito e, incluso, loable. ¿Por qué hemos de limitarnos al dogma de fe y a la tradición paulina? ¿Por qué basarnos sólo en los pocos datos históricos sobre Jesucristo y los primeros cristianos (véase: Cayo Cornelio Tácito, Anales; Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos; Cayo Suetonio, Vida de los doce césares), o en las imposiciones de la «fe del carbonero» del Catecismo de Astete? Acaso, ¿no tenemos los católicos la posibilidad de valernos de la fe que busca entender, la fides quaereus intellectum de Santo Tomás de Aquino?
Sin ir más lejos, es en efecto esta reivindicación el espíritu que subyace en el esotérico Evangelio de San Juan, aquél que ya los cátaros y los templarios asimilaron para oponerse al exotérico y paganizado cristianismo paulino que ha llegado hasta nuestros días de pasos, saetas, costaleros, manolas, imaginería y folclore por doquier, al que consideran de concepción lunar y dogmática. Cátaros y templarios, efectivamente, se ocuparon de difundir una concepción solar del hombre cristiano, o, dicho de otra manera, dar a la vida del hombre cristiano un sentido iniciático, y, por qué no, católico, que encauce una dirección diferente a la que seguiría la involución de la ortodoxia cristiano-católica devenida en Romanismo.
Pero el desafío para cualquier católico de nuestro tiempo es muy grande dado que, esa concepción gnóstico-esotérica identifica a un Jesús, haz de Dios, como a un ser dual simbolizado en una doble faz cuyo envés sería el mismísimo Lucifer, el Portador de la Luz del conocimiento o de la Inteligencia Suprema. El gnosticismo a su vez, como corriente esotérica cristiana inspirada en una concepción solar del hombre, afirmaría ―como defendió el gnóstico Marción― que Cristo es hijo de un Dios de Amor, hijo de un Dios desconocido (el Agnos-Deo de los antiguos griegos), y que todos los profetas y creyentes del Antiguo y Nuevo Testamento serían los acólitos del falso dios del judaísmo, Yahvé. Por tanto, los cristianos gnósticos, a diferencia de los cristianos católico-romanistas, concebirían no a un Dios único sino a un Dios dual: Bafomet, en cuyas dos cabezas estarían la imagen de Dios y la imagen del Diablo. El Abraxas o la idea de que Dios y el Demonio forman una unidad, que el principio del Bien implica el del Mal opuesto, pero complementario.
Al mismo tiempo, el gnosticismo era un desafío poético del pensamiento religioso que se iba imponiendo. Era también ―y parece seguir siéndolo― un desafío político en oposición a un dogma en el cual para engrandecer a Dios había que entenebrecer y «demonizar» a Lucifer, hasta asentar el tradicional negativo concepto judeocristiano de Satán, como ángel caído y personificación e instigador del Mal.
En descargo de dicha concepción revolucionaria y herética de Cristo, conviene recordar y señalar a su vez, el carácter marcadamente gnóstico del Evangelio de San Juan precisamente, y, para acentuar los rasgos divinos de Jesús, San Juan recurre en el Libro del Apocalipsis o Revelación a los elementos alegóricos, a la simbología de carácter solar. Sin embargo, con el consabido triunfo de la Iglesia Constantino-Paulina, el contenido esotérico del Apocalipsis se desvirtúa en pocos años y Jesús pierde rápidamente sus rasgos de dios solar para convertirse en una suerte de personificación metafísica y teosófica.
Pero, ¿qué necesitará el católico para descubrir el tesoro oculto del Cristo solar-esotérico-gnóstico? ¿Cómo se deshará de las tinieblas que no pueden desvelar los ojos de los cristianos católicos, que Fray Luis de Granada, pese a escribir la pueril Vida de Jesucristo (1575), acusaba de «creer a bulto y a carga cerrada lo que sostiene la Iglesia» (Libro de la oración y la meditación, 1554). Para poder hacerlo ―según los cristianos gnósticos―, el hombre debería iluminarse, renunciar al pensamiento y entrar en un nuevo orden mental. Deberá asumir el conocimiento, la gnosis, y, partiendo de ella, arrancarse las telarañas de los ojos para acceder a una nueva dimensión desde la cual el iniciado, el iluminado, ya no puede admitir a pies juntillas la autenticidad de los hechos que narran los Evangelios y, mucho menos, aceptar su condición de canónicos solamente por la prueba de la fe ciega, tal y como decreta la Iglesia Católica Romana, remitiendo al creyente en Cristo simplemente a la imposición del dogma, que elude p. ej. la más que probable pertenencia del Salvador a la comunidad esenio-celota del Qumrán, y su posible cargo de Maestro de Rectitud o de Justicia de la célebre secta del mallete y el mandil de lino blanco de los esenianos (proveniente de la congregación de los devotos hasideanos que se remontan a la época de la construcción en Jerusalén del Templo de Salomón, y que enseñaban y practicaban el amor a Dios, a la virtud y a la Humanidad), en cuyos misterios supuso el teólogo y erudito palestino Eusebio de Cesarea (265-340 d. C.) que fue iniciado un neófito llamado Jeshu Nasirah Bar Nagara, comúnmente conocido como Jesús de Nazareth «El Hijo del Carpintero».
Estemos o no de acuerdo con las tesis gnóstico-esotéricas, los cristianos católicos, entiendo no deberíamos ignorar que hubo en los tres primeros siglos de la historia del Cristianismo decenas y decenas de evangelios no canónicos ni sinópticos que fueron excluidos de la ortodoxia por los archipámpanos del Concilio de Nicea (325), declarados heréticos o carentes de autoridad y condenados, a las tinieblas exteriores del exotérico Romanismo. Esto llevó a René Guenón a ver en el Cristianismo una manifestación de la tradición primordial y en el Catolicismo su degeneración espiritual.
En definitiva, la concepción gnóstica y esotérica del «Cristo solar», no parece contravenir los Mandamientos ni el mensaje de las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña ni las enseñanzas de Jesús cuyo rasgo común es la promesa de un futuro Reino del Amor al cual hemos de llegar los cristianos a través de una nueva conciencia crística pre-cristiana. Lo que decía Karl Gustav Jung, y lo que yo ―salvando las distancias― corroboro, es que hay un Cristo precristiano (Cristo solar) y otro no cristiano (Cristo lunar post paulino-Constantino). Al fin y al cabo, como dijo, San Ambrosio de Milán (339-397 d. C.): «Cristo es nuestro nuevo sol».
Autor: Ramón Guillén
Publicado en este blog con permiso expreso de su autor.
Avanza, hermano mío, hacia el Camino Iluminado
Hoy se nos habla de nuestra predestinación divina, de nuestra patria celestial.
Desde las dificultades que experimentamos en la materia, argumentaremos, hablar de patria celestial es una quimera…. (más…)
«Cristo»
Somos seres llenos de «Cristo», como Jesús de Nazareth manifestó como ejemplo en su vida.
Para intentar vivir conscientemente esta Unidad del Amor, no necesitamos más símbolos ni intermediarios que las personas, seres y circunstancias que para esta función nos disponga la vida.
¿Qué es ser de derechas o de izquierdas?
Desde una perspectiva histórica, recientemente han acaecido dos grandes sucesos que han dejado sin fundamento la división de opciones políticas en términos de izquierdas o de derechas: la caída del muro de Berlín y el fin del comunismo en la Unión Soviética.
Estos paquetes dualísticos de estructuras ideológicas han quedado reducidos a rémoras de un enfoque de acción política que subsiste por mera inercia. Un creciente número de ciudadanos se ha hecho consciente de esta realidad y proclama una vuelta a los orígenes, cuando la Política se resumía y concretaba en la acción necesaria para satisfacer las necesidades de la comunidad; si había personas débiles o enfermas, se les atendía; si algunos tenían hambre, se les alimentaba y ayudaba para que hallaran sus fuentes de sustento; si un anciano se hallaba en sus últimos días, se le intentaba hacer menos doloroso el tránsito hacia el otro mundo.
El enfoque no se situaba tanto en el medio de intercambio -en el símbolo del dinero, que más tarde sustituiría al trueque-, sino en los límites que acotaban la dignidad inherente a nuestra condición humana. Bien es cierto que según esa comunidad iba aumentando en integrantes, el valor del individuo iba menguando en incremento del supuesto bien del conjunto, tal y como señala la metáfora del cuarto de baño de Isaac Asimov…. (más…)
Dedicí Triunfar
Yo soy el actor y el mundo que recreo
Existe la posibilidad de que realmente no seamos un cuerpo ni estemos acotados por sus límites.
Es posible entonces que realmente exista la eternidad, que no muramos nunca al ciento por ciento; que eso que pervive eternamente y que es parte de nosotros -quizás, nuestra auténtica esencia- se recree en todo lo manifestado, y que en el fondo todos interactuemos con todos en un plan definido previamente sin haber quedado restos en nuestra conciencia…. (más…)
Siendo quien YO SOY
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¿Globalizar implica uniformar?
En la conferencia “Moralidad distorsionada”, impartida en la Universidad de Harvard, Noam Chomsky consideraba al hombre común como la mayor protección contra la guerra. Incidía además en la necesidad de un replanteamiento colectivo sobre la naturaleza hipócrita que todos los ciudadanos compartimos (entendiendo “hipócrita” como la persona que aplica a otros individuos criterios que rehusaría aplicarse a sí mismo): “si no fuéramos hipócritas asumiríamos que si algo es correcto para nosotros, es correcto para los otros, y que si está mal que ellos hagan algo, también lo estará si lo hacemos nosotros”.
No es patrimonio exclusivo de la llamada clase política esta preferencia por verdades sucedáneas en vez de asumir la verdad desnuda de los hechos, extendiéndose a todos los estratos de una sociedad que no sólo las alimenta en su comportamiento sino que llegado el momento las refrenda en los hechos… De todos es sabido que existe corrupción y favoritismo, pero se asume y aceptan como elementos indispensables o en todo caso inevitables de la vida en sociedad. También se valida por medio de verdades sucedáneas el hecho de que los poderosos y los menos débiles se aprovechen de las circunstancias adversas de los más débiles.
Aunque esta realidad de doble moral siempre ha estado presente, se ha convertido en gran medida en máxima generalizada a raíz de una deliberada sublimación de la individualidad y de una visión existencial centrada y materializada en el consumo de servicios y la adquisición de objetos. Consumimos marcas que definan nuestro estatus, pero al hacer esto –planteándolo desde el prisma de la realidad desnuda-, pagamos un alto precio por publicitarlas de forma gratuita; publicitamos marcas que definan en su rol nuestra personalidad… Frente a la riqueza real del que sabe apreciar el valor de los objetos, existe una inmensa mayoría que adquiere objetos caros para consolidar su identidad y su rol social.
Otra tendencia que señala una integración en la modernidad, es estar a la última respecto a los artilugios multimedia que nos brinda el desarrollo tecnológico; ésa es la visión de la verdad sucedánea. La verdad desnuda es que el desarrollo de la técnica sí ha acertado al mejorar de forma increíble nuestras condiciones de vida como suma de individuos y como sociedades, pero sin embargo ha dejado a un lado al ser humano como persona.
El ejemplo de esta realidad lo tenemos en la experiencia de Susan Maushart, quien durante medio año desconectó a su familia de todo aparato electrónico –ni tele, ni ipod, ni móviles, ni juegos de video-. Según sus palabras, en aquel entonces sus hijos, adolescentes, no usaban estos medios de comunicación sino que “vivían en ellos”. Su vida real se había convertido en una excusa para actualizar constantemente su perfil en las redes virtuales.
Cuando observamos a la naturaleza (incluyendo en ella a nuestro cuerpo) comprobamos que a pesar de existir una diversidad de formas y organismos, todos cooperan en un fin común que es perpetuar la vida, conformándose de manera natural un entramado armónico de relaciones de interdependencia. De igual modo, ya sea de una relación entre dos personas o de relaciones internacionales por un proyecto común, lo ideal –entendido “ideal” como acorde a la ley natural que nos muestra la existencia- sería respetar la identidad propia de cada país, de cada individuo, de cada ser, de cada especie, de cada organismo, de cada elemento.
Podemos mantener nuestra unicidad sin que esto signifique que nos alejemos o no nos sintamos partícipes ni integrados en los cambios que como colectivo nos afecten. Globalizar no tiene que implicar uniformarnos, como así se nos pretende creer como verdad sucedánea. Desde un punto de vista natural, es inviable una globalización que pretenda reducir a las diferentes naciones, pueblos y culturas, a una suma de individuos con un patrón ideológico uniformado y centrado esencialmente en el rol laboral, del ocio y el consumo.
Las dictaduras pueden ser sostenidas por la fuerza pero también por medio de la manipulación informativa y el miedo. Entre otros planteamientos, sería cuestión de plantearse hasta qué punto vivimos en un mundo libre y desarrollado, cuando apenas existe respeto por el valor de la biodiversidad. Respeto que no “sólo” se refiere a que las nuevas generaciones humanas puedan coexistir con las distintas especies que hoy en día pueblan el Planeta (muchas, en especial en la Amazonía, quizás sean portadoras de sustancias que ayudarían a paliar las enfermedades que afectan a la Humanidad).
También existe un empobrecimiento de nuestra biodiversidad como especie humana cuando se trata de aniquilar por la fuerza o el debilitamiento a sociedades, tribus, regímenes, grupos humanos o individuos que renuncien al estilo de vida de nuestra civilización o bien su presencia resulte molesta para los intereses del sistema del llamado “Primer mundo”.
Suele decirse que la historia siempre se repite, y es en gran medida verdad. Pero también lo es que nunca, en toda su historia, la Humanidad ha sido tan numerosa ni ha tenido tal capacidad de informarse y relacionarse de forma global, como ahora hace posible la herramienta de Internet. Por eso, retomando a esta historia humana que siempre se repite, es de esperar que se intente limitar o controlar las capacidades de la Red como vía de comunicación instantánea mundial.
Y por esta misma razón este tiempo que vivimos, caótico y catártico, también permite visionar la utopía de un mundo global más libre, más nivelado en derechos y obligaciones, más dignamente integrado a la realidad de un solo Mundo dador -Gaia/Tierra- del que formamos parte y del que dependemos por completo.
Globalizar, en cuanto unificar, parece ser el destino que ya ha hecho realidad el desarrollo de la técnica. Ahora resta que la humanidad en su conjunto consiga mantener sus múltiples idiosincrasias y el derecho real a la libertad de elección y pensamiento de cada uno de sus miembros en cualquier punto de la Tierra. Si no, estaríamos hablando desde la verdad desnuda de una globalización justificable desde lo político y económico, pero reducida en su biodiversidad y calidad de vida a una mera subsistencia.
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Publicado inicialmente en Fundación Civil