Dinámicas del yo:
El ego busca justicia, reparación, aprobación.
El Ser ya es valioso, y desde ahí puede amar incluso al que no lo entendió.
Esto es madurez transpersonal.
Todos tenemos un punto donde el ego nos duele.
Puede tratarse de un recuerdo que todavía arde al revivirlo, o una herida emocional que sentimos injusta, una necesidad de reconocimiento que parece no calmarse nunca, o aquella historia familiar de hace treinta años que todavía nos zarandea…
El ego, nuestro ente orgulloso y dolido por naturaleza, es ese aspecto interior que nos sigue diciendo:
«Esto no debió pasar.»
«Esto tiene que resolverse para que yo pueda estar en paz.»
«Necesito que me comprendan y validen, para que me devuelvan todo lo que me quitaron.»
No es un aspecto personal que debamos condenar.
Forma parte de un comportamiento humano: reinterpretar subjetivamente sus circunstancias para adecuarlas a la idea que se ha creado de sí mismo.
El problema que nos crea identificarnos por completo con el ego es que su insatisfacción es inacabable.
Porque en la lógica del ego, siempre nos falta algo.
Siempre hay un detalle pendiente, un agravio sin saldar, una disculpa que no llega, algo que debimos o no debimos haber hecho.
Y así, sin darnos cuenta, la vida se va postergando en nombre de esa deuda emocional que esperamos que el mundo nos pague. «El mundo me debe algo», dice la idea que acaba haciéndose dueña y voz pensante de lo que la creó.
El Ser no funciona así.
El Ser no necesita justicia para sentirse pleno.
No reclama un reconocimiento externo para saberse digno. No lo necesita, por naturaleza.
No exige reparación antes de poder amar. Es incondicional.
El Ser ya es: completo, valioso y libre. Y el Ser ya es porque es lo que es, lo que sucede en ese instante previo en el que la vida nos sucede, microsegundos antes de que tomemos la autoría de lo que, si somos honestos, sucede al margen de nuestro deseo o voluntad.
Desde esa conciencia de integración y apertura, el perdón no es un esfuerzo forzado ni un supuesto gesto de bondad moral: es una consecuencia natural de haber comprendido que la verdadera reparación no llega de fuera, sino de adentro. Y que esa reparación consiste, básicamente, en seguir como rémoras anclados en la dinámica siempre cambiante de cada momento presente. Sin dar un paso hacia atrás para tratar de analizar personas o circunstancias.
Simplemente, en algo que nos resulta complicadísimo: entregarnos a sentir, experimentar y vivir nuestro momento presente, como si abarcáramos —o fuésemos abarcados— por todo lo que contiene este instante.
Tanto lo que vivimos «dentro» de nosotros (pensamientos, sentimientos, emociones, percepciones, imaginaciones), como lo que sucede fuera (los otros, el entorno, la interacción con el medio).
¿Pero qué es el ego dolido?
Es el aspecto de tu personalidad que necesita aferrarse a la historia que se ha contado de su pasado como justificación de su identidad. En especial, de sus resentimientos, de sus miedos, de sus envidias, de esos aspectos que no son gratos de mostrar en público pero que, sin embargo, consideramos que nos han hecho ser quienes somos. Son aquellas heridas que nos dan derecho al menos a ser infelices con razón…
Es la voz que dice:
«Si suelto esta herida, ¿quién seré? ¿Qué quedará de mí?»
Por eso muchas personas temen dejar ir su resentimiento: porque creen que si lo sueltan, todo su relato perderá sentido.
La madurez transpersonal consiste en darte cuenta de que no eres tu herida.
Eres la conciencia que puede ver esa herida, sentirla y finalmente honrarla sin necesidad de que defina tu presente.
El Curso de Milagros contiene una pregunta muy interesante, para enmarcar o tatuar:
«¿Qué prefieres, tener razón o ser feliz?»
¿Qué sucede cuando dejas de esperar que otros te den lo que no supiste darte?
Sucede algo inesperado:
Te das permiso de vivir con mayor ligereza.
Ya no necesitas estar permanentemente en guardia ni justificar tu dolor.
Poco a poco, te liberas.
La libertad del Ser nace cuando decides reconocer tu propio valor sin condiciones.
Desde ahí, el perdón no es un favor que le haces al otro.
Es un acto de coherencia contigo mismo.
Es decir:
«Ya no quiero cargar esta historia de debería o no debería. Ya no necesito más pruebas de que valgo. Ya no estoy esperando que la vida me compense.»
Hoy te invito a un pequeño ejercicio:
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Piensa en una persona o situación que todavía sientas que te debe algo.
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Nota qué emociones aparecen.
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En lugar de discutir con esas emociones o justificarte, permite que estén. Observa qué reclamo sostiene ese dolor. Siéntelas abiertamente.
Quizá no puedas hacerlo del todo hoy, y está bien.
Pero abrir ese espacio es el comienzo.
Ese gesto interior es madurez.
Es la semilla de un nuevo presente.
Este curso es gratuito y se publica día a día en este blog.



