¿Por qué me pasa esto? Una mirada a tu presencia
-«¿Por qué me pasa esto?»
Tal vez te lo has preguntado mil veces sin hallar respuesta. Y es natural. A veces, más que seguir buscando explicaciones en el pasado basta con detenerse y mirar. Esta breve mirada al presente puede abrir más puertas que años de análisis.
Pasamos buena parte de la vida tratando de entender el porqué de nuestras cosas.
“¿Por qué me pasa esto?”
“¿Por qué soy así?”
“¿Por qué no consigo cambiar?”
Y en ese buceo constante buscando el porqué de nuestra vida, muchas veces terminamos un tanto perdidos. Porque el porqué, aunque parece una pregunta noble, puede convertirse en una trampa. En una forma astuta de evitarnos sentir; de justificar la inercia. De seguir alimentando un relato sobre nuestra vida que no nos transforma, que no aviva nuestro potencial, sino que nos aletarga en el tedio previsible de la rutina. Como una adormidera.
Sigmund Freud sembró la senda de la psicología tradicional al afirmar que somos el resultado de nuestra infancia; de los traumas de la primera edad, de la historia de vivencias que no supimos digerir, etc… Esto puede tener su razón y su ciencia, nadie lo duda, pero hay un punto de ingenuidad y soberbia en creernos capaces de ser arqueólogos de nosotros mismos.
Y es que pretender desentrañar todos los pasillos y recovecos de nuestra mente es como proponerse hallar una aguja en un pajar del tamaño de la Tierra, como poco…
Hurgar una y otra vez en la idea fantasmagórica de lo que pensamos que fuimos —repitiéndonos una y otra vez “¿por qué me pasa esto?”— nos impide levantar la mirada hacia lo que podemos ser en lo que nos resta de vida. Ahora y siempre. Siempre ahora.
Pero, para enredar aún más nuestra madeja mental, incluso esa versión de quien creemos ser es solo eso: una idea que nos hemos creado de nosotros mismos, basada en un relato subjetivo y parcial de nuestra vida.
En suma: creemos ser una idea que nos hemos hecho de nosotros mismos.
Una idea que, aparentemente, tiene voz propia y nos habla en nuestra mente, como si fuéramos nosotros… Una locura planetaria que, por ser mayoritaria, vemos con normalidad.
«Lo importante no es con qué nacemos, sino qué hacemos con ello.» – Alfred Adler
Alfred Adler, que fue colega inicial de Freud, proponía una visión completamente diferente.
Afirmaba que con todo ese relato de traumas, infancia, carencias y sufrimientos que te cuentas… sólo pretendes autoengañarte para no sentir. Te falta valor, sentenciaba.
Porque si te permitieras bucear realmente en tu campo emocional —sin filtros mentales ni excusas— te darías cuenta de que lo que te falta no es comprensión, sino valor.
Valor para mirar.
Valor para sentir.
Valor para cambiar.
Valor para tomar las riendas de tu vida aquí y ahora, que es el único momento y espacio en que la vida se despliega.
La búsqueda del porqué nos mantiene ocupados dentro de nuestra querida madeja de pensamientos.
El qué, en cambio, nos confronta con el presente.
¿Cuándo? Ahora. ¿Dónde? Aquí.
El porqué es como una adormidera que recrea nuestra apatía, nuestra inseguridad, nuestro estado infeliz que —gracias a esa búsqueda— nos evitamos sentir.
Lo razonamos, lo pulimos, lo interpretamos en todas sus causas y consecuencias…
para no sentirlo.
No lo sentimos.
No nos sentimos.
No sentimos a los demás.
No sentimos las cosas.
No sentimos nuestro ahora sin juicios.
Sentir nos haría vivir ese pico de infelicidad e impotencia con intensidad, con energía, con vida.
Y esa intensidad energética nos da miedo.
Nos da miedo tanto por la experiencia que imaginamos que podría ser, como también porque intuimos que esa experiencia es la puerta que derrumbaría la barrera que nos impide vivir nuestra vida en su máximo potencial.
Porque es precisamente sentir lo que nos conecta con lo real. Con la vida.
Sucede como con la respiración: puedes pensar en el pasado o en el futuro, pero solo puedes sentir y respirar aquí y ahora.
Sentir te ancla en el único tiempo y lugar donde está tu valor: el ahora.
Por eso, el verdadero paso no es explicar ni comprender los detalles de nuestro supuesto camino, sino estar, sentir: ser.
Estar aquí y ahora, disponible a la vida.
A tu vida.
Y a la de otros.
No es analizar, sino sentir.
Sentir tu interior.
Sentir la vida.
Sentir a los otros.
No es justificarte, sino vivir lo que hay.
Vivir lo que hay en ti, en la vida, y en la vida de otros.
Sin excusas.
Sin pasado ni futuro que nos permita huir.
Sin tiempo psicológico en el que refugiarnos para evitar el sentimiento presente.
Imagina por un momento esta escena:
Estás sentado frente a ti mismo.
Te miras. Te hablas.
Y al hacerlo, detrás de ti, como una presencia invisible, algo te observa.
No es tu pasado. No es tu trauma.
Es tu realidad plena.
Tu ser más profundo.
¿Puedes sentirlo?
Ese ser —tu Ser— observa cómo tus pensamientos dominan tu vida, reprimen tus emociones, absorben tu energía y bloquean tristemente casi todo tu potencial.
Y sin embargo, esa presencia no te juzga:
te observa con amor incondicional.
Te acepta tal como eres, tal como estás.
Con tu historia y tus deseos.
Con tus secretos y complejos.
Hasta con lo más sublime y mezquino de tu parloteo interior.
Es testigo constante de tu vida.
Como constante es su amor por ti.
Y solo puedes comunicarte con ella si te das cuenta de su existencia…
y te permites sentirla.
Si puedes sentirla, solo aquí y ahora, disfrutarás de su compañía porque, entre otras grandes enseñanzas, te permitirá aceptarte sin historias limitantes, sin culpas ni carencias, sin porqués.
¿Puedes sentirla?
Recibe al instante cada nueva entrada y material gratuito de valor



