El VIAJE DE RIDDHI

La fuerza invisible de lo colectivo: cómo la unión transforma sociedades

Manos de personas de diferentes edades y orígenes unidas en círculo alrededor de una hoguera, símbolo de unión, cooperación y fuerza colectiva.

 

El poder silencioso que mueve el mundo

A menudo creemos que el cambio real depende de grandes líderes o acontecimientos extraordinarios. Sin embargo, existe algo más constante y poderoso: la fuerza que nace cuando muchas personas, cada una desde su lugar, actúan con un propósito común.

No siempre es visible. No se proclama con uniformes ni pancartas. Vive en pequeños gestos persistentes: una ayuda desinteresada, una palabra que sostiene, una idea que prende en la mente de otros. Es un tejido invisible que crece con cada acto de cooperación, por mínimo que parezca.

Cómo lo colectivo transforma la historia

Las transformaciones más profundas no se gestaron solo en despachos o cumbres, sino principalmente en la unión de miles de voluntades anónimas. Cada voz que se suma, cada mano que se tiende, cada paso que se da… multiplica de manera exponencial un efecto que nadie podría lograr en soledad. Es una ley de la vida que opera con la misma certeza que una reacción química.

Quizá no podamos cambiar el mundo entero, pero sí podemos fortalecer el pequeño mundo que nos rodea: el que habitamos cada día, así como la sociedad o el país que nos formó de niños. Cuando muchas voluntades individuales reaccionan en un proyecto común, la onda se expande con fuerza. En ese instante, el deseo invisible que avivó la voluntad de miles de individuos se vuelve manifiesto de manera inexorable. La historia humana nos lo confirma una y otra vez.

El reto actual: recuperar el poder social

Hoy vivimos un tiempo en el que en muchos países se prioriza el derecho individual frente al colectivo. Esto, aunque se presenta como un triunfo de la libertad personal, termina siendo una represión colectiva —y también individual—; en otras palabras, una sutil trampa.

Es más fácil controlar a un individuo aislado, permitiéndole ciertas libertades que no alteran el orden establecido, que soportar la presión de una sociedad unida que exige derechos sociales capaces de transformar la realidad de todos.

Como en los “locos años veinte” del siglo pasado, transitamos tiempos frívolos y carentes del sentido común que nos muestra la naturaleza. Vivimos en una paradoja: un ciudadano puede exigir legalmente ser considerado una planta, un caballo o identificarse con la sexualidad de un puercoespín, y ser admitida su demanda; mientras que al mismo tiempo se ignoran y postergan derechos urgentes y reales:

  • la atención a enfermos de ELA y otras enfermedades raras,
  • la defensa del derecho de las personas cuyas viviendas han sido ocupadas ilegalmente,
  • un sistema educativo que cuide y potencie a nuestros hijos,
  • un trato digno a nuestros mayores, que en España fueron abandonados a su suerte durante el confinamiento,
  • o que en pleno siglo XXI alguien pueda ser detenido en Europa por criticar las políticas genocidas de cualquier país.

Hechos aún demasiado recientes, y por eso emocionalmente hirientes, pero que la historia acabará recogiendo sin la carga emotiva que hoy nos producen. Porque ningún país, como ningún ciudadano, puede escapar de enfrentar sus propias sombras.

Lo que está en juego

Tal vez esa sea la clave de lo que hoy atravesamos: sociedades fragmentadas e identidades desatendidas, donde la fuerza común que sostuvo los grandes estados de derecho se desvanece en soledades aisladas, narcotizadas por el consumo. (Democracia, según Edward Bernays)

Recuperar la fuerza invisible de lo colectivo es un acto de resistencia, de esperanza y, en estos tiempos, también de supervivencia. Es un gesto necesario de humanidad frente al futuro hacia el que caminamos… o, quizá mejor dicho, hacia el que estamos siendo conducidos.

Porque cuando la sociedad se une como un todo de voluntades, no solo reclama: custodia lo que pertenece a todos —a quienes lo conquistaron y ya no están, a quienes hoy lo sostienen y a quienes aún han de llegar.

En esa unión nos jugamos lo más esencial: la humanidad misma y la dignidad de ser humanos.

Una dignidad que sostiene a los que estamos aquí y que también pertenece a quienes vendrán, herederos de lo que hoy seamos capaces de cuidar y de crear.


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Categorías: SER

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