Quieres dejar un hábito, empezar algo nuevo o mejorar un aspecto de tu vida… y, sin embargo, tropiezas siempre en el mismo punto. Ese tropiezo no es casualidad: es el auto-sabotaje en acción.
Nos sucede porque el cerebro está diseñado para buscar lo conocido antes que lo nuevo. Incluso si lo conocido duele, nos resulta más seguro que la incertidumbre. Esa es la llamada zona de confort.
Y justo cuando pasamos de la teoría a la práctica, surge la resistencia: excusas inesperadas, distracciones, retrasos, complicaciones… todo un ejército de interpretaciones que convierten los retos en obstáculos. Y acabamos pensando: “Mejor seguir igual”.
Afortunadamente ese bucle subconsciente se puede romper.
El primer paso para ello es no esforzarse más. Para, toma aire y ocúpate simplemente en reconocer las trampas que tú, el Universo o la niña de la curva ponen en tu vida:
- “Hoy no, mejor empiezo mañana.”
- “Total, un poco más no va a pasar nada. A estas alturas…”
- “Eso es para gente que vale. Yo no podría con eso.”
- «¿Quién me pone el pie encima para que no levante cabeza?!» (¿Se acuerdan del gran Jorge Berrocal y su famosa frase en el reality Gran Hermano?) No es casual que aquella frase se hiciera famosa: la figura del victimismo está grabada a fuego en nuestra personalidad colectiva. No en tu caso, seguramente, pero en muchas personas sentirse víctima resulta, paradójicamente, liberador. Por unos instantes se suelta la carga de la responsabilidad y parece que el peso se aligera. Y aunque a veces pueda ofrecer cierto alivio, en lo que de verdad nos toca reconocer es que culpar al mundo, a los demás o a las circunstancias es, en el fondo, la forma más sutil de evitar coger el toro de nuestros retos por los cuernos.
Darnos cuenta de esas voces juzgadoras ya les quita fuerza. Posiblemente esas reacciones se activaban en bucle de manera automática y ni nos dábamos cuenta… Ahora al menos nos distanciamos lo suficiente como para observarlas, observarnos y quizás en más de una ocasión, sonreír ante nuestras conclusiones cuando estamos alterados o bajo presión.
Y el segundo paso es sencillo: empezar a afrontar micro-acciones que nos den miedo. Cambios tan pequeños que el cerebro no los perciba como amenazas capaces de disparar el modo alarma. Como el bebé que empieza a gatear paso a paso, podemos comenzar por afrontar pequeños retos. Los grandes sabios de los negocios tienen una máxima que nos puede servir en nuestra escala: «lo primero son los actos de valor; luego viene la sensación de valía».
En verdad, es una frase para enmarcarla en lo alto de la cama y observarla cada día antes de emprender nuestra jornada:
«Lo primero son los actos de valor; luego viene la sensación de valía».
Prueba, como hemos dicho, de manera progresiva. No te impongas retos imposibles para autojustificarte: ese no es tu caso. Tus circunstancias son únicas, claro, pero en esencia compartimos lo mismo. Al final, el verdadero cambio no llega de un gran salto, sino de un paso honesto, sostenido y consciente… aunque parezca diminuto.
👉 “Obsérvate sin obsesión, como un juego. Decide cada día dar un paso pequeño, aunque parezca mínimo. Esa es la semilla de un nuevo hábito: yo puedo, yo quiero, yo valgo.
Y si te sirve, recuerda esta frase cada mañana:
«Lo primero son los actos de valor; luego viene la sensación de valía”
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